miércoles, 29 de abril de 2009

Día 5 Pola de Allade-Fonsagrada

Nos despertamos con la rutina diaria de la preparación del material. En esta ocasión no hay intercambio de “opiniones” porque estamos en habitaciones distintas y porque nos preocupa la paliza que nos vamos a meter en el día de hoy.

Tino, el amable hospitalario del albergue de Cornellana nos comentó desde allí hasta Santiago todo el Camino era “cuesta abajo”. Todos nos miramos al escuchar sus palabras y nos preguntamos si él habría hecho la ruta aunque hubiera sido en coche. La paliza de ayer desdijo sus palabras y la de hoy prometía ser de aúpa. Empezar con el Puerto del Palo nos metía el miedo en el cuerpo, pero en medio estaba la subida de Grandas de Salime y al final el Puerto del Acebo. Todo ello aderezado convenientemente con un sinfín de subidas y bajadas propias de la zona que hace que las piernas se carguen en exceso. Y no está el horno para bollos. Yo me meteré el ibuprofeno en el desayuno para que me ayude a pasar el trago con la mayor dignidad posible y no tocarle las muelas a mis compañeros.

Desayunamos bien y nos marchamos de la Allandesa con un grato recuerdo. Doscientos metros más adelante salimos del pueblo y nos encontramos con el cartel que nos recuerda en lo que nos vamos a meter y el PALO que nos va a suponer. Tino tenía razón cuando dijo que el puerto no tenía rampas duras, pero la pendiente resultó ser suficiente si tenemos en cuenta que son 14 km seguidos de mirar para arriba lo que supondría 2 horas de subida sin descanso alguno. Para compensarlo, el día está relativamente relajado, no llueve y la temperatura es agradable para afrontar el esfuerzo (supongo que Luis “el capas de cebolla” no piensa lo mismo, ya que él siempre cree que hace frío).

Empezamos la subida y Pani nos da la sorpresa del día: tira como Marco Pantani en sus mejores tiempos. Luis se lo toma con calma y Juan, que ayer sufrió de nuevo un poco más de lo previsto ha decidido poner el piloto automático para realizar toda la ascensión al mismo ritmo, 6-7 km, que le permitirá superar el puerto con dignidad y sin castigo adicional que le condicione el buen fin del objetivo final: llegar a Santiago. Julio por su parte anda en un estado “medio” que le permite un ritmo alegre sin alharacas. Yo por mi parte siento la punción constante en la rótula desde el comienzo, aunque espero que conforme la rodilla se vaya calentando y la pastilla haciendo efecto, la cosa sea más llevadera. De todas formas la subida estará marcada por e el ritmo suave de Juan e iremos tachando km a la lista de pendientes.

Conforme vamos subiendo el paisaje se muestra en todo su esplendor a nuestros ojos, algo que agradece la mente para olvidarse del sufrimiento de la subida. La parte negativa se nos presentará en el último tercio de la ascensión: el frío y la lluvia hacen acto de presencia y su intensidad crece según nos acercamos a la cima. Cuando coronamos hacemos una parada para ponernos ropa adicional ya que la bajada será rápida y podemos coger una pulmonía (Luis tiene poco más que ponerse y se queja porque no hay ningún establecimiento cercano en el que poder comprar un par de sudaderas adicionales).

Terminamos el descenso y dejamos la lluvia en las cumbres. Durante un pequeño tramo mantenemos “la horizontalidad” en el viaje. Un espejismo, ya que poco después nos enfrentamos a otra subida, no tan larga como la anterior pero compensada por el esfuerzo acumulado. La parte positiva es que estamos transitando por carretera todo el rato (secundarias con escaso tráfico para evitar riesgos de atropellos) porque los caminos están para circular con tractor (amarillo o no).

Casi coronando la subida paramos a tomar café para reponernos un poco y comentar entre todos cómo va la cosa y preparar estrategias para el resto de la etapa (comida, albergue, etc.). Por lo que a la comida se refiere decidimos llegar a Grandas de Salime, tomar un bocata con un refresco y seguir para no perder tiempo y llegar antes a Consagrada, inicialmente el destino previsto. Hemos comprobado que la probabilidad de lluvia aumenta conforme avanza la tarde y tenemos que intentar llegar a destino un par de horas antes.

La bajada hasta la presa de Grandas es tan bonita como reconfortante, el paisaje es maravilloso y las piernas se recuperan un poco. La rodilla ha dejado de punzarme y el dolor ha pasado a ser una molestia llevadera. Paramos un par de veces para tomar fotos de los paisajes, beber agua, quitarnos o ponernos prendas de abrigo-lluvia. Cruzamos la presa y comenzamos a subir las rampas de otro puerto no tan conocido pero igualmente duro, ya que la diferencia de cota entre las dos alturas es significativa para el kilometraje que hemos de recorrer.

Al final lo conseguimos pero las caras muestran la huella del esfuerzo físico. Del sufrimiento psíquico dan evidencia los comentarios que todos hacemos sobre la subidita de marras. Nos metemos en un bar que nos recomiendan y pasamos a tomar el bocadillo programado. Sin embargo, volvemos a caer en la tentación y nos sentamos a tomar el sugerente menú del día.

Comemos casi todo lo que nos ponen (más del doble de lo necesario) y dos horas más tarde de lo previsto (seguro que nos vuelve a coger la lluvia más adelante) reiniciamos la marcha. Hay que seguir subiendo, esta vez para doblegar el Puerto del Acebo, porque bajo ningún concepto queremos que el Camino pueda con nosotros.

El puerto nos ofrece una nueva versión de “las subidas negativas” que nos predijo nuestro amigo Tino en Cornellana. Otra subida tendida sin grandes rampas que a su juicio “era cuesta abajo” pero que a todos nosotros nos dio la sensación de dureza y distancia propia del entorno por el que transitábamos. De todas formas, al tran tran, devoramos metros como se amarran los chinos en el mus para conseguir otro punto en nuestro haber y colocar otra muesca en la culata del revolver.

Desde ahí la bajada nos ofreció la última oportunidad del día para relajar las piernas y enfilamos hacia Fonsagrada. El resto del camino hasta el pueblo nos hizo pensar que las rampas adicionales que habría que superar para llegar al albergue, un par de kilómetros más allá y en mitad de la nada, no nos convenían y que deberíamos buscar alojamiento en Fonsagrada. Encontramos alojamiento para jinetes y monturas en la Pensión Cantábrico, con habitaciones amplias y cómodas propias de hoteles de 3 estrellas. Un lugar recomendable sin lugar a dudas, cuya directora, mujer amable y experimentada, nos trató con la amabilidad y cariño que nuestras maltratadas personas necesitaban.

Una ducha reconfortante y una cena suculenta nos pusieron en la hora de irnos para el catre a recuperar fuerzas. Volvimos a roncar como troncos, incluido Julio, aunque para evitar reconocerlo no haga sino meterse con el resto de barítonos y tenores.

Mañana será otro día y nos dormimos soñando con que no lloviera, aunque las posibilidades indicaban todo lo contrario cuando al meternos en la cama las gotas golpeaban en los cristales de la habitación.

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