sábado, 25 de abril de 2009

Día 1 León-Pajares

Antes que suene el despertador ya estoy dando vueltas en la litera hace rato. Me hago el remolón y dejo que pasen los minutos a la espera de ver uno de los "clásicos del Camino": el despertar y preparación de las mochilas. Según lo que he escuchado, algo digno de verse.

Julio y Pani hacen acto de presencia en el escenario y saltan de sus camas con la elegancia que les es característica. Van al aseo y regresan para comenzar con el ritual envasador (aunque por el tiempo y forma con el que se emplean, especialmente Julio, podrían homologarse como embalsamadores). La fanea será larga, son escrupulosos y profesionales hasta la saciedad.

Luis y Juan lo hacen un poco más tarde y me pongo manos a la obra yo también. Son técnicas distintas con resultados casi idénticos. Debe ser la biodiversidad, que en esto también es maravilloso.

Con algo de retraso sobre el horario previsto salimos del albergue camino de un bar en el que el año anterior tomaron los bicigrinos un buen café acompañado de unos calóricos churros que ayudarán a afrontar la etapa con mejor ánimo.

No sé porqué razón aterrizamos en otro bar donde nos enchufamos algo muy distinto a lo deseado. Tampoco hay que dramatizar y como contrapunto a este pequeño tropiezo decir que lejos de tener un día frío y lluvioso como estaba previsto por el INM, el sol nos acompaña en el firmamento como si tuviera ganas de ver de qué somos capaces.

Pedaleamos un rato por las calles de León hacia las afueras, con ganas de pisar camino de tierra y recoger las sensaciones que nos transmite la bicicleta cargada con las mochilas. Al final todo llega y dejamos atrás la ciudad para llanear con tranquilidad cerca de la orilla del río. En ocasiones el camino se aleja un poco de ésta y sube ligeramente por la ladera entre árboles que nos permiten escondernos del sol un poco y evitar cansancios gratuitos.

De repente nos tropezamos con el primer escollo significativo: la Loma de San Pelayo. Una pendiente no muy larga pero sí muy pronunciada que nos obliga a bajarnos de las bicicletas y tener que remontarla de forma poco ortodoxa. En el caso de Juan, Luis y un servidor decidimos subir las bicicletas de una en una empujando entre todos (de forma individual era imposible para nuestras capacidades pues resbalabas por la arena suelta y caías de bruces al suelo). Por su parte, el sindicato de ferrocarriles decidió aprovechar la tecnología punta de sus alforjas y en una maniobra tan rápida como sencilla uno se hizo cargo de éstas y el otro de la bici. Era otra forma de superar la cuesta y nos costó un poco más de tiempo realizar la ascensión del tramo “crítico”, la mitad aproximadamente del total de la loma.

Fotos, risas, comentarios más o menos chistosos y acertados y seguimos subiendo lo que nos quedaba, ya de forma “individualizada” conforme a lo que se espera.

El camino seguía transcurriendo en un suave subir sin prisas ni pausas, permitiéndonos quemar kilómetros mientras quemábamos calorías. Transcurridos unos 30, llegamos a La Robla y a las afueras paramos en un bar de carretera donde nos apretamos un “poco” de tortilla y un “bocatín” debidamente acompañado por una bebida que rehidratase nuestro cuerpo maltratado.
Nos ponemos en contacto con el albergue en el que teníamos pensado pernoctar para coordinar la llegada y demás temas de intendencia. El paisano muy amablemente nos dice que pasa de nosotros porque está en las fiestas de León y no va a cambiar su programa por nuestra desafortunada presencia. Tras desearle una borrachera desagradable y una peor resaca decidimos las medidas a tomar. Al final pensamos que sería bueno avanzar hasta Pajares, ya que el sol todavía está con nosotros y no sabemos si en los días próximos tendremos en algún m omento que reducir la distancia inicialmente prevista. Por unanimidad decidimos llegar hasta la cumbre y coronarnos reyes de la montaña. Contactamos con el albergue de Pajares pueblo y nos dijo su regente, Marisa, que nos esperaba (luego haré mayor referencia a esta estupenda persona que se portó con nosotros como si fuera nuestra madre).

Para empezar la carretera que nos llevará hasta Buiza se pone de puntillas y nos hace sudar un poco, como dándonos a entender que por aquí disfrutar del paisaje no es gratis y que cuanto más queramos subir para tener mejor vista, más habremos de pagar peaje.

Mientras ascendemos me doy cuenta que Pani tiene un semblante que no augura nada bueno y tras mucho pensarlo le pregunto cómo va la cosa. Me dice que la rodilla le molesta y que anda algo jodido. Teniendo en cuenta que el fin de semana anterior no pudo hacer la “etapa de rodadura” por la misma molestia, que estuvo en el fisio un par de veces y que hasta el jueves era duda para hacer el Camino, la cosa no pintaba muy bien.

Le vigilo de cerca y al cabo de unos cuantos kilómetros me permito el lujo de sugerirle que cambie la postura de pedaleo, esto es, que suba y adelante el sillín para que no le tire tanto al rodilla. No está muy convencido pero el dolor debe ser más intenso de lo que confiesa por lo que hace el cambio en un intento de no anunciar que se vuelve a casa en taxi.

Por fortuna con el paso del tiempo parece que se adapta a la nueva postura y ésta le castiga menos la maltrecha rodilla. Buena noticia. Además, tras parar en Buiza decidimos seguir viaje por el collado de Villasimpliz. Cambiamos el asfalto de la carretera por una pista de grava que tiene un desnivel mayor, lo que unido al menor agarre de las ruedas complica la marcha y nos castiga más el ya maltrecho cuerpo.

La subida es larga y nos pega una paliza del demonio pero al final coronamos y tenemos la oportunidad de disfrutar de un hermoso paisaje allá donde miremos (cosas del norte).
Una fotos de rigor, unos tragos de agua y unas barritas energéticas dan pie a bajar hacia la Villasimpliz en un rápido descenso que estimula nuestro ánimo.

Volvemos al asfalto, a la carretera nacional que corona el alto de Pajares. Luis ha debido tomar una de las barritas que se cayeron en la marmita de la poción mágica y empieza a tirar como poseído por el diablo. Julio le sigue y Pani poco a poco va cogiendo el ritmo. Dice que el dolor ha dejado paso a la molestia y que eso es llevadero.

Sin embargo el que parece que entra en barrena es Juan. Las piernas se le han quedado rígidas y pronto empezará a sentir hasta calambres. Para terminar la faena, el cielo parece que se va con el jodío hospitalario de Busdongo a León y aparecen las nubes arrastradas por un molesto viento de cara que dificulta notablemente la ascensión.

A mitad de subida la cosa empeora. Las nubes empiezan a soltar agua y la temperatura va en descenso. Las piernas de Juan se derrumban y se le ve jodido en lo físico y tocado en la moral. Mientras él se recontraga en silencio yo me pongo delante para que le resulte más fácil superar el tramo que nos queda.

El resto de la ascensión fue larga y dura. El lluvia dio paso al aguanieve y el viento se hizo más frío y molesto. Llegamos por fin al alto y nos metimos en el bar de carretera para recomponernos un poco. El vaso de leche caliente y el fuego de la estufa nos devolvieron a nuestro ser. Ya estábamos a un minuto de la salvación.

Nos montamos en las bicicletas y con un cuidado especial descendimos los pocos kilómetros que nos separaban del pueblo y el albergue. Cuando llegamos la hospitalaria Marisa nos sorprendió varias veces. En primer lugar nos dijo que metiéramos las bicis dentro y que no las dejáramos en la calle, algo que se agradeció. Luego comprobamos que había puesto la calefacción en marcha poco después que la avisáramos de nuestra llegada, con lo que el ambiente era muy agradable. Y en un remate espectacular, nos había preparado unas rosquillas con su hija para el desayuno del día siguiente. Con ángeles como ella te puedes echar a la carretera sin temor.

Nos aseamos y cambiamos par ir a cenar a bar del pueblo. Creo que se pasaron un pueblo con nosotros. Nos cobraron un exceso por la cantidad y calidad de lo comido. No lo recomendaré nunca jamás.

Nos vamos a la cama y antes de entrar en el sobre las bromas de rigor con respecto a los ronquidos y preparativos (los de el momento y los previstos para la mañana siguiente).

Yo me atrinchero en el saco, me recuesto sobre la oreja que sí percibe sonidos para aislarme del ruido, cierro los ojos, pienso que estoy en mi camita con mi señora al lado y en un periquete (tal vez porque yo soy Perico) creo perder el conocimiento y entrar el la primera y reconfortante fase de sueño.

Ha sido un día duro pero la buena noticia es que Juan y Pani parecen recuperados y podrán afrontar la etapa de mañana con optimismo.

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