domingo, 26 de abril de 2009

Día 2 Pajares-Oviedo

Nos levantamos y se repiten las escenas y comentarios del día anterior. Seguimos con la telenovela, en este aspecto la cosa apunta a que va a tener pocos cambios.

Miramos por las ventanas y nos encontramos con la agradable sorpresa de que el Sol ha vuelto de sus obligaciones varias y se encuentra esperándonos para acompañarnos en nuestro viaje (recordemos que la previsión del tiempo cuando salimos de Madrid era de agua y nieve en un 90-100%). Viene con sombrilla (nubes) lo que puede mejorar nuestro viaje. Por otra parte nos topamos con el paisaje que desde ahora y hasta que terminemos nuestro itinerario bicigrino será como el de un cuento de hadas.

La adorable Marisa nos preparó ayer unas rosquillas caseras que hemos empujado con un buen vaso de leche (¡qué mujer!) y colgamos las mochilas en las bicis (el numerito de la cabra con las "metidas y sacadas" previas al cierre definitivo de las mismas parece que nos acompañará para siempre, pero no deja de tener su gracia. Además, nos termina de despertar ya que los comentarios quieren ser agudos y eso estimula la corriente eléctrica neuronal).

Hacemos un repaso final a la parte ciclista y nos preguntamos por nuestros estados físicos y mentales. Al parecer la ducha, la cena y el reconfortable sueños ha obrado milagros y estamos dispuestos a sufrir otra etapa. Es hora de decidir cómo y por dónde.

Con el gps en la mano decidimos bajar al valle por un camino de cabras hasta el mismo río en San Miguel de Río. Allí enlazaremos por El Camino genuino y nos alejaremos de la carretera nacional, que según los puretas y profesionales de esto, "es lo suyo". "hay que impregnarse del espíritu del Camino", dicen (esto me recuerda al famoso y estupendo cómic "Astérix legionario" y la célebre frase "enrólate, dicen", que como la otra me acompañará hasta el final, una en el oído y la otra en el cerebro.

Perdemos algo así como 400 metros de altura en poco tiempo descendiendo por la ladera de la montaña (Luis y Pani se preguntan si no habría un camino más acorde con lo que es el concepto de "no exponer la vida en el intento innecesariamente). Al llegar al pueblo coincide que es la hora de la misa y nos adentramos en la iglesia para sellar las cartillas (perdón, escarapelas… no, CREDENCIALES).

Hay un sentimiento entre la indignación y el desánimo cuando les dice el sr. cura que no tiene sello porque la iglesia es filia de otra (supongo que estos pobres lugareños tendrán que oír dos misas en vez de una o confesarse dos veces por lo pecados para obtener los mismos beneficios que la iglesia matriz… qué cosas se ven y se aprenden cuando viajas).

Montamos en las borricas y salimos con dirección a Santa Marina, siguiente hito en el camino. Tras un tramo cuesta abajo siguiendo el curso del río que nos permite disfrutar del paisaje nos topamos con el cartel que indica el desvió al pueblo. Nos encontramos con una carretera de esas que no permiten el tránsito de dos coches en sentido contrario en el 80% de su recorrido y con unas pendiente que, aunque no dispongo de inclinómetro, podría jurar que están entre el 25 y el 30%. Descubro con pesar que mi cambio ha sufrido algún golpe en alguna de las salidas de fin de semana y que los dos piñones grandes no pueden ser utilizados, algo que para este tipo de pendientes se me antoja como muy recomendable.

Subimos como podemos, en bici o empujando, y al final llegamos a Santa Marina. Enclave pintoresco como los que por estas tierras tanto abundan, da para tomar fotos, hacer comentarios al respecto y plantear ruta hasta el siguiente punto que marca el "track". El sitio de marras se llama Llanos de Samerón pero el recorrido es justamente lo contrario. Hay que seguir por la misma ladera con las mismas pendientes pero por un camino que ya no está asfaltado y que solo se transita a pie o montado a caballo (algunos privilegiados lo hacen en quads con motores de 1.000 cc que les garantizan potencia y par adecuados en cada momento).

Empiezo a pensar en la conveniencia de echar marcha atrás y buscar ruta alternativa. Llevo 30 años de relación estable y gratificante con una asturiana y he recorrido caminos de estos a pie, en bici, en moto y en todo terreno y creo saber que la bici con mochila a cuestas es el vehículo menos recomendable de la lista. Este parecer mío parece confirmarlo el comentario de un lugareño que al enterarse de nuestros propósitos comenta entre sorprendido y divertido "ahí morís".

Pese a todo, como somos más chulos que un ocho, nos adentramos en el sendero (no tiene mayor categoría la zona a transitar) que enlaza ambos pueblos y empezamos la ascensión. Ésta ha de realizarse sobre un firme de tierra y piedras sueltas, todo mojado por la lluvia del día anterior (seguramente días anteriores) y con unas pendientes que nos obligan a los escasos 100 metros de pedaleo a bajarnos y empujar. Vuelvo a lanzar al aire la posible conveniencia de buscar ruta alternativa a lo que me responden nuevamente con lo de "impregnarse con el espíritu del Camino". Callé y marché.

Al cabo de una buena paliza (no sabría decir cuánto tiempo transcurrió porque de todos es sabido que en circunstancias extremas las percepciones cambian de forma significativa: si lo pasamos bien una hora parece un suspiro, y si estamos sufriendo, un minuto parece una eternidad). En nuestro caso tras cinco megaeternidades (una por cada bicigrino) y después de cruzarnos con el sr. del quad, que nos desaconsejaba seguir en nuestra terquedad, nos bajamos los pantalones (eufemismo) y dimos la vuelta.

En un periquete nos reencontramos con los paisanos del pueblo que rieron nuestras gracias y se rieron de nuestras disculpas. Supongo que no habremos sido los primeros ni seremos los últimos. Estas son algunas de las anécdotas que en estos sitios puedes contar y no así en Madrid. Seguimos carretera abajo hasta regresar al lado del río. Acompañamos curso abajo las aguas en su dulce transcurrir hasta el mar hasta que de repente la carretera se separa de la ribera y le da por trepar ladera arriba.

La cuesta es de las que cuestan y los 3 kilómetros de ascensión nos hacen sudar como a las ranas de los chistes de Chiquito de la Calzada. El esfuerzo de la ascensión se ve mitigado en parte por lo bello del paisaje. Cuando la carretera enlaza con otra principal vemos con sorpresa que ésta es la nacional que sube a Pajares, el camino que ayer Marisa nos sugirió y que nosotros desdeñamos. Más de dos horas de sufrimiento real (comprobado en el reloj del gps) y escasos 3 kilómetros de la ruta prevista par el día de hoy que habría de llevarnos hasta Oviedo.

Tras eliminar la mala leche del cuerpo con algunos ejercicios de yoga y soltar varios exabruptos por la boca, rodamos cuesta abajo hasta Campomanes, registrando algunos records de velocidad al tiempo que recuperábamos parte el tiempo perdido.

En Campomanes paramos para echar gasolina a los motores (el bocata de media mañana) e intentamos una vez más sellar las cartillas (credenciales) sin éxito. El sr. cura se hallaba en una iglesia filial. ¡Qué mala suerte! Ahora hay sello pero no está el sellador. No hay nada como estar en el sitio adecuado en el momento adecuado.

Seguimos carretera adelante por la ruta del Camino. Vamos de hecho por carretera aunque es de tercera categoría: buena para nosotros porque tiene asfalto y avanzamos deprisa al tiempo que hay pocos coches y se reduce el peligro. Por otra parte, el paisaje sigue siendo bello, aunque aquí en Asturias eso no es nada nuevo.

A eso de la hora de la comida andamos por Mieres y decidimos parar a comer. Pero antes de adentrarnos en el pueblo tropezamos con un restaurante típico de polígono industrial en el polígono industrial. Echamos un vistazo y vemos que parece adecuado. Están poniendo la F1 en la tele y nos vamos a tabicar unos bocatas. En esto viene Juan y dice que en el interior en vez de camareros hay camareras y que las pantallas de TV son mayores para ver mejor las carreras. Le seguimos.

Lo que iban a ser una parada rápida para tomar algo ligero y seguir trayecto se convirtió en una comida de tomo y lomo de esas de casi tres horas de parón (de hecho Luis se quedaba dormido entre plato y plato sin darse cuenta que la siesta se hace tras los postres; tal vez el cansancio empezaba a hacer mella y, como el que dice, acabábamos de empezar). La parte positiva era que si bien acumulábamos cansancio los episodios de dolor no se habían reproducido. Pani parecía cada vez mejor (ahora incluso había subido un poco más el sillín y desplazado hacia adelante, lo que le permitía empujar con mayor verticalidad para dar respiro a la rodilla) y Juan no acusaba calambres aunque el ejercicio desde que salimos fue exigente casi en todo momento).

Al final fuimos capaces de arrastrar nuestras pesadas barrigas hasta la salida y subirnos en las bicis. Pusimos proa a Mieres y nos dirigimos hacia la carretera que nos conduciría al alto del Padrún. Poco antes de salir de Mieres nos tropezamos con un paisano que está haciendo algo así como la enciclopedia del Camino Asturiano o similar. Nos hace unas fotos que dice colgará en la web y publicará en el libro y quedamos con él en mantenernos en contacto.

Empieza a lloviznar como aquí es típico (ya saben uds,, el famoso calabobos; éstos somos los servidores bicigrinos, claro está). Nos pertrechamos la ropa de agua y empezamos a ascender. La subida por esta parte es tendida como en Pajares y se hace llevadera. De todas formas, las piernas van sumando castigo.

Coronamos, nos hacemos fotos y nos quitamos ropa de agua. Ya no llueve tanto y prefiero algo de agua del cielo que no perder toda la mía en una transpiración innecesaria.

Nos lanzamos cuesta abajo con el asfalto mojado. A Luis le da un "pronto belga" y mete turbo para distanciarse. Un poco más abajo nos lo encontramos recomponiéndose de una caída. Al parecer en uno de los giros cerrados de la carretera, de esos de 180º, apareció un autobús que ocupó parte de su carril, por lo que en un acto reflejo propio de los países bajos, se tiró al suelo porque prefería pasar por debajo del chasis que empotrarse contra el lateral.

Un par de contusiones, un roto en el chubasquero y un sin fin de comentarios después seguimos hacia nuestro destino.

Antes de llegar a Oviedo todavía nos dio tiempo a subir algunas rampas más. Parece mentira lo que se alarga el camino cuando crees que has llegado y en realidad queda trecho. La cabeza se revela y 6 kilómetros parecen 60.

Por fin nos adentramos en las calles de la capital astur y nos dirigimos hacia el albergue. Allí nos tropezamos con un pequeño inconveniente: el paisano dice que ya es su hora y como funcionario de pro abandona el castillo. Sobre la marcha Juan contacta con el cuartel general y la Srta. Pepis busca a toda la potra una solución al problema. Al final nos decidimos por un hotel bien situado para nuestros intereses bicigrinos (cerca de la Catedral donde esperan sellar mañana. Es de suponer que aquí tienen categoría de matriz y personal de guardia para que podamos irnos con otra mancha de tinta en el recuadro correspondiente).

Llegamos al hotel y nos distribuimos. Los metreros se van juntitos a una habitación doble para preparar el comunicado oficial del sindicato del metal a los medios de comunicación. El resto nos vamos a la "triple". En realidad es doble reconvertida. Aunque no hay sitio físico para meter una cama, lo solucionan colocando las tres pegadas. No sé si me toca o me asignan la del centro. No hay problema, me meteré en ella saltando al estilo Fosbury.

El hotel no tiene garaje propio vamos a meter las bicis en uno concertado. En realidad la idea era colocarlas en una plaza pagando la tarifa correspondiente como cualquier coche por las horas allí estacionados. Pero nos tropezamos con un par de paisanos a punto de jubilarse que no sé si es que no entendieron nuestras explicaciones, no tenían capacidad ejecutiva para autorizar tan peculiar estacionamiento o, simplemente, eran oligofrénicos (eufemismo) por lo que nos fuimos a buscar otro aparcamiento. Ahora sí tenemos suerte tras explicar al vigilante jurado la idea y dejamos allí a las bestias para que descansen tan tranquilas como nosotros esperamos hacerlo en el hotel.

Nos duchamos y preparamos para cenar. Como habréis sospechado Julio y Pani se retrasan un poco. No sé si las negociaciones del convenio colectivo o problemas para recoger el jabón en la ducha, en todo caso, al final hicieron acto de presencia y salimos a reponer fuerzas a un local próximo donde comimos y bebimos para garantizarnos que por la noche no nos haría falta el hilo musical. La nota ya la daríamos nosotros.

Cogemos la cama con ganas. No recuerdo bien si me dormí de forma natural o al esnucarme con el salto fosbury, pero fue tan rápido y parecido a la sensación de la anestesia total cuando pasas por el quirófano. Mañana será otro día.

1 comentario:

  1. Piter,

    "Luis y Pani se retrasan un poco", es "Julio y Pani", que no se si te acuerdas que dormimos juntos, tontorrón.

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