lunes, 27 de abril de 2009

Día 3 Oviedo-Cornellana

Lamento ser reiterativo en este tema pero es que me resulta muy divertido. Ayer quedamos en el salón del hotel para desayunar y Julio y Pani llegan con un poco de demora (logística de maletas, supongo). Tras el cruce de palabras entre Julio y Juan (tan gratificantes como siempre a esa hora de la mañana) y haber metido combustible en las tripas, subimos a la habitación a por las maletas y bajamos a recepción. Una espera adicional a los metreros, tan ilógica como esperada nos pone en la hora habitual de partida (al parecer hora y pico más de lo deseable según los expertos). Nuevo intercambio de epítetos entre los miembros de la Real Academia de la Lengua y nos alegamos al garaje donde durmieron las bicis.

Salimos de Oviedo tras surcar buena parte de sus calles sin indicación alguna sobre el Camino. El gps de Juan nos pone en la ruta adecuada y podemos volver a la rutina.

Nos adentramos en un camino divertido con fuertes rampas de subida y bajada. En un rincón donde se esconde una bonita fuente Julio para a tomar una foto. Al subirse en la burra comprueba con desagrado que la rueda trasera está sin aire. Un cambio rápido y certero nos permite continuar trayecto.

Seguimos hacia Cornellana con la mejor de las intenciones cuando al cabo de poco tiempo se nos presenta la siguiente sorpresa: el cambio de Juan “se ha desajustado” y bloqueado en un desarrollo corto. Aparentemente no ha podido pasarle nada y sin embargo la posición del desviador en relación con los platos es imposible.

Cambiamos un poco la ruta con dirección a Trubia donde nos dicen que hay tienda de bicicletas y que nos podrán solucionar la avería. El camino es lento y desesperante, en especial para Juan que va cociendo en el coco la idea de abandonar y largarse a Madrid. Su santa le dice que no se desespere, que pide un día libre y le sube la bici que dejó en casa. La idea no le satisface mucho.

Cuando llegamos a Trubia, después de varios kilómetros de pedaleo cansino y lento nos encontramos con que no hay tienda de bicis. La fortuna quiso que pasáramos delante de un taller de coches onde paramos a preguntar si nos dejaban un par de herramientas para intentar arreglar la avería. Afortunadamente el dueño era una persona amable y generosa, ciclista de afición que nos ayuda en el intento de reparación. Al poco de meter a la burra en el quirófano aparece el panadero, que resulta que también es ciclista desde pequeñito y ha sufrido en sus propias carnes la avería. Entre ambos solucionan el problema (al parecer una tuerca que se aflojó permitiendo un desplazamiento del desviador que impedía el trabajo normal de ambos elementos).

Contentos como chiquillos reemprendemos camino hacia el destino final cambiando un poco la ruta prevista para poder llegar a tiempo al albergue. Paramos a comer un bocata y seguimos cuesta arriba hacia Grado.

Van pasando los kilómetros y hacemos algunas paradas en lugares pintorescos para sacar las fotos de rigor. Lo más significativo es la caída de la cámara de Juan al suelo en una de ellas por una ráfaga de viento inoportuna. Una avería menor que no le impediría seguir funcionando “coja” en los días sucesivos.

Llegamos a Grado y paramos en una gasolinera a lavar un poco las bicis y a echarles algo de grasa en la cadenas. No nos damos cuenta pero la paliza que ellas llevan es directamente proporcional a la que llevamos nosotros.

Salimos con dirección a Cornellana y dejamos la carretera para subir el alto de Cabruñana. Volvemos a transitar caminos de tierra y piedras sueltas, húmedas por la lluvia, que sumadas a las acusadas pendientes nos ponen al límite de la resistencia. Paradas frecuentes a tomar aliento y tramos empujando la bici pues es imposible subir pedaleando. Pasan los minutos con mayor rapidez que los kilómetros pero al final todo llega a su fin y coronamos el bonito y exigente camino acompañados de una fina lluvia.

La lluvia irá cogiendo confianza hasta hacerse pesada y molesta. No nos deja hasta que llegamos a Cornellana. Paramos un ratito y contactamos por teléfono con el albergue previsto para dormir esa noche en Salas. En principio nos coordinamos y nos ponemos a pedalear cuesta arriba. La lluvia arrecia y hacemos una parada en un apeadero en desuso. Tras comentarlo entre todos desestimamos llegar a Salas porque la noche se nos echa encima y volvemos a Cornellana. Su albergue tiene fama de estar bien equipado y confiamos en que mañana podamos recuperar algo de distancia. De todas formas, la etapa prevista acababa allí, como puede verse en las camisetas.

El hospitalero, Tino, es una persona atenta y amable que nos espera e indica qué tenemos en el albergue y dónde podemos cenar. El albergue tiene lavadora y secadora y nos ponemos manos a la obra para estar a la altura de la Pasarela Cibeles. Por lo que a la cena se refiere, Tino nos aconseja ir a Casa Dani, donde nos damos un homenaje que compensa las penurias del día. El sitio es más que recomendable. Comemos hasta que se nos caen las muelas de la cantidad que nos ponen. La calidad es buena, de la esperada por estas tierras y el precio muy ajustado, más bien barato diría yo.

Regresamos dando un paseo al albergue y nos preparamos para la rutina de las literas, sacos de dormir, comentarios al respecto de los ronquidos y lindezas tipo. Esta tontería resulta agradable y alivia casi tanto como un ibuprofeno o una taza de valeriana.

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