jueves, 30 de abril de 2009

Día 6 Fonsagrada-Lugo

Está lloviendo cuando abro el ojo a primera hora. No parece nada serio pero tengo la sensación que no ha parado de llover en toda la noche. La previsión para hoy es de agua y un lugareño nos confirma que sus huesos corroboran al INM. Para nuestro consuelo comenta que en base a su experiencia está seguro que para por la tarde escampa. No está nada mal teniendo en cuenta que saldremos en un rato, a eso de las 10 de la mañana, y su previsión nos augura cinco horas de continua lluvia. En fin, tampoco nos debemos quejar. Antes de salir de Madrid la previsión era mucho peor de lo que hasta ahora llevamos sufrido. Dadas las circunstancias, habrá que agraceder al Santo su benevolencia.

Desayunamos, nos despedimos de la posadera, equipamos con ropa de agua y recogemos un poco del líquido elemento en la Fuente Sagrada que da nombre al municipio. Aunque agua no nos va a faltar, también por dentro necesitamos mojarnos.

Echamos a pedalear por las carreteras hacia Lugo. Subidas y bajadas de todo tipo se suceden a lo largo de las prometidas cinco horas de lluvia. Paramos en un par de ocasiones a tomar algo en un bareto por el camino y al final, a eso de las 14,00 vemos un sitio “aparente” en el que paramos a comer el bocata del mediodía.

Julio, Luis y Pani aprovechan la “parada larga” y aprovechan para quitarse el calzado y los calcetines e intentar secarlos. Juan y yo pensamos que es una tarea TV para escuchar que el hombre del tiempo dijo que por la tarde dejaría de llover. En todo caso hacen uso provechoso de unos periódicos deportivos cargados de tonterías que sirven para secar un poco sus empapadas zapatillas.

Comemos y nos hacemos los remolones un rato por darle a las nubes su última oportunidad. No conseguimos gran cosa y decidimos seguir camino que nos queda trecho.

Un poco más adelante escurren las últimas nubes y, con agrado por nuestra parte, vemos asomar un poco el sol detrás de los huecos entre las nubes exhaustas de tanto llanto.

Decidimos aprovechar la ocasión para dejar la carretera y adentrarnos por los caminos. A pesar del agua están transitables, las pendientes no son grandes y el transcurrir entre pasillos de árboles y praderías verdes de todas las intensidades imaginables, nos va haciendo olvidar el castigo recibido durante toda la mañana.

Los kilómetros pasan bajo nuestras bicicletas al tiempo que las imágenes son capturadas por nuestras retinas y cámaras de fotos, que ven como parte de la memoria de la tarjeta se llena rápidamente para compensar la improductividad de la mañana.

Llegamos a Lugo temprano para lo que suele ser habitual en el horario de los días precedentes. Esto es una buena noticia, nos permitirá alojarnos en una pensión (el albergue cierra a las 22,00) con tiempo suficiente para dar una vuelta por la ciudad acompañados de María José, Arancha y Nacho, que han salido de Madrid para juntarse con el Juanito y vivir unos momentos de sentimentalidad enardecida.

Nos vamos a dar una vuelta por la parte de la catedral y a cenar todos juntos. Disfrutamos de una buena comida (como casi siempre por estos pagos) que nos recompone el cuerpo. Otro paseito con la familia de Juan antes de irnos para el catre nos permite recolocar las vituallas ingeridas de la mejor manera posible antes de ponernos horizontales en la cama. En el caso de Juan y Julio, que se han apretado un chuletón de kilo y cuarto (un kilo neto) se hace especialmente aconsejable. También esta noche la coral polifónica de la cofradía del buen pedaleo podrá deleitar a los asistentes al concierto con un variado repertorio de los más reconocidos creadores de todos los tiempos.

Estamos en Galicia y desde mañana nos cruzaremos con el Camino Francés, otra historia según mis experimentados compañeros. Ya veremos, soy poco amigo de las aglomeraciones y los excesos de transeúntes me agradan poco. Para eso ya tengo las horas punta del metro, la M30, las operaciones salida y entrada de puentes y vacaciones, etc. Quiero seguir sintiendo el placer de los grandes espacios abiertos compartidos con los bicigrinos y los cuatro lugareños que nos saludan al pasar o que nos miran pensando “están locos estos romanos”.

miércoles, 29 de abril de 2009

Día 5 Pola de Allade-Fonsagrada

Nos despertamos con la rutina diaria de la preparación del material. En esta ocasión no hay intercambio de “opiniones” porque estamos en habitaciones distintas y porque nos preocupa la paliza que nos vamos a meter en el día de hoy.

Tino, el amable hospitalario del albergue de Cornellana nos comentó desde allí hasta Santiago todo el Camino era “cuesta abajo”. Todos nos miramos al escuchar sus palabras y nos preguntamos si él habría hecho la ruta aunque hubiera sido en coche. La paliza de ayer desdijo sus palabras y la de hoy prometía ser de aúpa. Empezar con el Puerto del Palo nos metía el miedo en el cuerpo, pero en medio estaba la subida de Grandas de Salime y al final el Puerto del Acebo. Todo ello aderezado convenientemente con un sinfín de subidas y bajadas propias de la zona que hace que las piernas se carguen en exceso. Y no está el horno para bollos. Yo me meteré el ibuprofeno en el desayuno para que me ayude a pasar el trago con la mayor dignidad posible y no tocarle las muelas a mis compañeros.

Desayunamos bien y nos marchamos de la Allandesa con un grato recuerdo. Doscientos metros más adelante salimos del pueblo y nos encontramos con el cartel que nos recuerda en lo que nos vamos a meter y el PALO que nos va a suponer. Tino tenía razón cuando dijo que el puerto no tenía rampas duras, pero la pendiente resultó ser suficiente si tenemos en cuenta que son 14 km seguidos de mirar para arriba lo que supondría 2 horas de subida sin descanso alguno. Para compensarlo, el día está relativamente relajado, no llueve y la temperatura es agradable para afrontar el esfuerzo (supongo que Luis “el capas de cebolla” no piensa lo mismo, ya que él siempre cree que hace frío).

Empezamos la subida y Pani nos da la sorpresa del día: tira como Marco Pantani en sus mejores tiempos. Luis se lo toma con calma y Juan, que ayer sufrió de nuevo un poco más de lo previsto ha decidido poner el piloto automático para realizar toda la ascensión al mismo ritmo, 6-7 km, que le permitirá superar el puerto con dignidad y sin castigo adicional que le condicione el buen fin del objetivo final: llegar a Santiago. Julio por su parte anda en un estado “medio” que le permite un ritmo alegre sin alharacas. Yo por mi parte siento la punción constante en la rótula desde el comienzo, aunque espero que conforme la rodilla se vaya calentando y la pastilla haciendo efecto, la cosa sea más llevadera. De todas formas la subida estará marcada por e el ritmo suave de Juan e iremos tachando km a la lista de pendientes.

Conforme vamos subiendo el paisaje se muestra en todo su esplendor a nuestros ojos, algo que agradece la mente para olvidarse del sufrimiento de la subida. La parte negativa se nos presentará en el último tercio de la ascensión: el frío y la lluvia hacen acto de presencia y su intensidad crece según nos acercamos a la cima. Cuando coronamos hacemos una parada para ponernos ropa adicional ya que la bajada será rápida y podemos coger una pulmonía (Luis tiene poco más que ponerse y se queja porque no hay ningún establecimiento cercano en el que poder comprar un par de sudaderas adicionales).

Terminamos el descenso y dejamos la lluvia en las cumbres. Durante un pequeño tramo mantenemos “la horizontalidad” en el viaje. Un espejismo, ya que poco después nos enfrentamos a otra subida, no tan larga como la anterior pero compensada por el esfuerzo acumulado. La parte positiva es que estamos transitando por carretera todo el rato (secundarias con escaso tráfico para evitar riesgos de atropellos) porque los caminos están para circular con tractor (amarillo o no).

Casi coronando la subida paramos a tomar café para reponernos un poco y comentar entre todos cómo va la cosa y preparar estrategias para el resto de la etapa (comida, albergue, etc.). Por lo que a la comida se refiere decidimos llegar a Grandas de Salime, tomar un bocata con un refresco y seguir para no perder tiempo y llegar antes a Consagrada, inicialmente el destino previsto. Hemos comprobado que la probabilidad de lluvia aumenta conforme avanza la tarde y tenemos que intentar llegar a destino un par de horas antes.

La bajada hasta la presa de Grandas es tan bonita como reconfortante, el paisaje es maravilloso y las piernas se recuperan un poco. La rodilla ha dejado de punzarme y el dolor ha pasado a ser una molestia llevadera. Paramos un par de veces para tomar fotos de los paisajes, beber agua, quitarnos o ponernos prendas de abrigo-lluvia. Cruzamos la presa y comenzamos a subir las rampas de otro puerto no tan conocido pero igualmente duro, ya que la diferencia de cota entre las dos alturas es significativa para el kilometraje que hemos de recorrer.

Al final lo conseguimos pero las caras muestran la huella del esfuerzo físico. Del sufrimiento psíquico dan evidencia los comentarios que todos hacemos sobre la subidita de marras. Nos metemos en un bar que nos recomiendan y pasamos a tomar el bocadillo programado. Sin embargo, volvemos a caer en la tentación y nos sentamos a tomar el sugerente menú del día.

Comemos casi todo lo que nos ponen (más del doble de lo necesario) y dos horas más tarde de lo previsto (seguro que nos vuelve a coger la lluvia más adelante) reiniciamos la marcha. Hay que seguir subiendo, esta vez para doblegar el Puerto del Acebo, porque bajo ningún concepto queremos que el Camino pueda con nosotros.

El puerto nos ofrece una nueva versión de “las subidas negativas” que nos predijo nuestro amigo Tino en Cornellana. Otra subida tendida sin grandes rampas que a su juicio “era cuesta abajo” pero que a todos nosotros nos dio la sensación de dureza y distancia propia del entorno por el que transitábamos. De todas formas, al tran tran, devoramos metros como se amarran los chinos en el mus para conseguir otro punto en nuestro haber y colocar otra muesca en la culata del revolver.

Desde ahí la bajada nos ofreció la última oportunidad del día para relajar las piernas y enfilamos hacia Fonsagrada. El resto del camino hasta el pueblo nos hizo pensar que las rampas adicionales que habría que superar para llegar al albergue, un par de kilómetros más allá y en mitad de la nada, no nos convenían y que deberíamos buscar alojamiento en Fonsagrada. Encontramos alojamiento para jinetes y monturas en la Pensión Cantábrico, con habitaciones amplias y cómodas propias de hoteles de 3 estrellas. Un lugar recomendable sin lugar a dudas, cuya directora, mujer amable y experimentada, nos trató con la amabilidad y cariño que nuestras maltratadas personas necesitaban.

Una ducha reconfortante y una cena suculenta nos pusieron en la hora de irnos para el catre a recuperar fuerzas. Volvimos a roncar como troncos, incluido Julio, aunque para evitar reconocerlo no haga sino meterse con el resto de barítonos y tenores.

Mañana será otro día y nos dormimos soñando con que no lloviera, aunque las posibilidades indicaban todo lo contrario cuando al meternos en la cama las gotas golpeaban en los cristales de la habitación.

martes, 28 de abril de 2009

Día 4 Cornellana-Pola de Allande

Nos despertamos reconfortados y nos ponemos a recoger trastos y restos de la colada del día anterior. Bueno restos de la ropa que no se secó a tiempo porque la secadora andaba un poco pallá. Con estos incidentes llegamos casi a la hora de salida habitual y lo poco que nos faltaba lo completó una revisión a la bici de Luis que necesitó una intervención de diez minutos.

Cumplido el “horario oficial” nos fuimos a desayunar a Casa Tino donde casi comimos de la cantidad que tienen estos paisanos normalizada. Que grato recuerdo de Toñi, Lucía y el resto del personal. Recomendaremos que os visiten y nosotros volveremos en cuanto tengamos ocasión. Gracias de nuevo.


Nos ponemos en marcha y salimos a la carretera. Al poco rato un camionero quiere tomarle los datos del seguro a Julio y casi se lo lleva por delante. Recalculamos la ruta y nos ponemos dirección a un camino cercano que nos llevará al mismo sitio pero en el que no nos tropezaremos con nadie.

La pendiente no es muy dura hasta Salas pero el barro provocado por la lluvias de los días precedentes se encarga de compensarlo. Cerca de Salas las rampas se empinan de repente y un par de ellas nos obligan a echar pie a tierra. Decidimos volver a la carretera ya que queda poco a Salas.

En salas buscamos una tienda de bicis donde pueda comprar unas pastillas para el freno trasero. Todo parece indicar que el espray de cadenas de ayer las ha contaminado y resbalan sobre el disco sin la eficacia requerida. Menos mal que el de delante funciona correctamente. En la tienda solo tienen un par de ellas y no se corresponde con las mías por lo que damos las gracias a la amable propietaria y nos vamos a comprar un postre típico de aquí, los carajitos, que nos darán fuerzas para seguir la subida que nos queda por delante. Están buenos pero resultan insuficientes por lo que pasamos por una bar y homologamos un bocata y una cerveza.

Salimos de Salas “por la puerta grande” como los toreros y nos adentramos en un hermoso paisaje en la ladera de un monte que permite contemplar el rápido discurrir del río que forman las constantes precipitaciones de la zona.

La subida es de las que nos hacen daño. Pani se resiente un poco de la pierna y yo noto como la rótula de la rodilla derecha me sugiere dejar de hacerme el superman. En las salidas de fin de semana había notado alguna molestia de vez en cuando, especialmente en las etapas duras con subidas prolongadas, pero una tortilla de ibuprofenos y una semana de descanso parecían resolver el problema.

Ahora la cosa cambia. Cada jornada es el equivalente a dos salidas de fin de semana y entre una y otra apenas ha habido tiempo para recuperar nada. Además, no he recurrido a los fármacos. Paro, abro la mochila, saco el botiquín y me empapelo una píldora con la esperanza de que haga efecto lo antes posible.

La dureza y el dolor se compensan en parte por lo bonito del recorrido y por cuestión de amor propio. De vez en cuando pienso en lo fácil que suben los coches que vemos pasar por la carretera en la ladera de enfrente. Estoy por cruzar en cuanto haya oportunidad y hacer autostop a una pajarita que quiera apiadarse de un esforzado y sufridor bicigrino.

Las sorpresas del destino surgen a cada rincón de la vida y cuando coronamos el puertecito de marras nos tropezamos, al borde de la carretera que deberíamos transitar a continuación, con un sugerente local de luces de colores apodado “Nenas”. Lo comentamos y nos reímos, pero malditas las ganas que tenía yo de meterme en jaleos de faldas. A pesar de lo bocazas que suelo ser, lo cierto es que tengo más querencia a mi señora que los toros mansos a las barreras.

Descansamos un rato y tiramos para adelante. Aún nos queda trecho de subida hasta llegar a la cumbre.

Juan parece hoy el menos tocado del grupo, pues yo, como he comentado sufro de lo lindo con la rodilla. Algo menos parece sufrir Pani pero no anda fino, a veces tira a buen ritmo y en otros momentos parece que se le perla la bujía. Luis anda con la pájara desde hace rato. La subida empujando por el camino le ha mermado física y mentalmente y lleva un ritmo lento y cansino. Julio por su parte se ha tomado una de sus pastillas para el corazón y tienen el mismo efecto que el botón de los F1 cuando pasan por boxes: no tira más que lo justo para no pararse.

Al final coronamos y seguimos cuesta abajo un buen trecho que nos permite recobrar la compostura. Algunas toboganes después llegamos a Tineo y seguimos hacia Pola de Allande. Nos quedan 30 km y parecen pocos ya que hemos decidido ir por carretera secundaria que nos evite el contacto con los coches pero que nos permita caminar a buen ritmo sin sufrir la tortura de los caminos pedregosos embarrados.

Nos deleitamos con una bajada de 14 km de un tirón que hace las delicias de todos, especialmente de Luis que se pone su disfraz de belga y tira como un poseso hacía la reconfortante ducha de fin de etapa. Pero como suelo repetir, una cuesta abajo suele preceder a una cuesta arriba. Desde ese momento y hasta el final todo era subida, no muy pronunciada, pero inacabable. Además se dio la circunstancia que por algún motivo raro el gps se comió 6 km de ruta y cuando llegamos al punto teórico donde se debería acabar la subida y comenzar la bajada a Pola, la mente nos traicionó y empezamos a percibir la realidad un poco trastornada. Las rampas eran en este momento algo más suaves y las veíamos como cuesta abajo, aunque al llegar al final de las rectas y seguir con la mirada la carretera tras la curva correspondiente, se percibía claramente que la carretera seguía subiendo.

En una de las paradas que hicimos a descansar un poco y a beber algo comenté a mis compañeros que cuando empezásemos a bajar deberíamos hacerlo con mucho cuidado. La lluvia había vuelto a aparecer y el asfalto estaba mojado, nuestras fuerzas mermadas y los reflejos casi inexistentes. Si a eso le sumábamos que estábamos “alucinando” momentos antes, lo recomendable era bajar andando. Sin embargo, tras coronar, las ganas de llegar se apoderaron de todos, especialmente de Luis, que se ajustó el traje de belga y se tiró a tumba abierta carretera abajo.

Afortunadamente llegamos a Pola sin incidentes, mojados y fríos, eso sí, y con ganas de llegar al albergue que estaba un poco más adelante. Tras analizar si ese poco era suficiente o mucho dadas las circunstancias, llamamos al hospitalero y nos disculpamos por no ir a disfrutar de su amable trato. Localizamos la posada La Nueva Allanadesa, pedimos habitación para nosotros y garaje para las burras y subimos a cambiarnos.

Después de la reconfortante ducha bajamos a cenar y aparecimos en la cafetería con la camiseta del logo. El dueño de la posada, al verla, se emocionó visiblemente y nos comentó su historia y la de su familia, que como dicen los del lugar, están alí hospedando desde la época de los romanos. Quedamos en mandarle una camiseta con su nombre firmada por todos para que la pusiera en un cuadrito por el establecimiento. Casi se echa a llorar y nos agasajó con lo que el llamaba el “menú del peregrino”, aunque era más bien el acopio de dos bodas. Un paté de morcilla que ellos elaboran acompañado de un vino de igual procedencia habría sudo suficiente para mí. Pero aquello no fue mas que un piscolabis mientras llegaba la cena de verdad. Los dos platos raseros de potaje asturiano colmaron mi estómago. El pastel de verdura que iba a continuación lo almacené como pude en el esófago. Pero el de carne no tenía hueco posible si luego quería dejar almacenado en los carrillos el postre como suelen hacer con habilidad que les es característica las ardillas con los frutos secos que van trapiñanado.

Aún a riesgo de enfadar a la gente de la cocina y al propio Antonín, que así es como se lama el honorable posadero, pasé palabra y me fui a la cama a intentar que todo aquello permaneciera en el cuerpo el tiempo suficiente para que las funciones digestivas causaran su efecto.

Nos metimos en la cama y nos preparamos a descansar. Bueno, Juan estaba listo y ya con anterioridad, pues en un decir Jesús, resoplaba relajado como un bebé recién amamantado.
Mañana nos espera otra jornada dura.

lunes, 27 de abril de 2009

Día 3 Oviedo-Cornellana

Lamento ser reiterativo en este tema pero es que me resulta muy divertido. Ayer quedamos en el salón del hotel para desayunar y Julio y Pani llegan con un poco de demora (logística de maletas, supongo). Tras el cruce de palabras entre Julio y Juan (tan gratificantes como siempre a esa hora de la mañana) y haber metido combustible en las tripas, subimos a la habitación a por las maletas y bajamos a recepción. Una espera adicional a los metreros, tan ilógica como esperada nos pone en la hora habitual de partida (al parecer hora y pico más de lo deseable según los expertos). Nuevo intercambio de epítetos entre los miembros de la Real Academia de la Lengua y nos alegamos al garaje donde durmieron las bicis.

Salimos de Oviedo tras surcar buena parte de sus calles sin indicación alguna sobre el Camino. El gps de Juan nos pone en la ruta adecuada y podemos volver a la rutina.

Nos adentramos en un camino divertido con fuertes rampas de subida y bajada. En un rincón donde se esconde una bonita fuente Julio para a tomar una foto. Al subirse en la burra comprueba con desagrado que la rueda trasera está sin aire. Un cambio rápido y certero nos permite continuar trayecto.

Seguimos hacia Cornellana con la mejor de las intenciones cuando al cabo de poco tiempo se nos presenta la siguiente sorpresa: el cambio de Juan “se ha desajustado” y bloqueado en un desarrollo corto. Aparentemente no ha podido pasarle nada y sin embargo la posición del desviador en relación con los platos es imposible.

Cambiamos un poco la ruta con dirección a Trubia donde nos dicen que hay tienda de bicicletas y que nos podrán solucionar la avería. El camino es lento y desesperante, en especial para Juan que va cociendo en el coco la idea de abandonar y largarse a Madrid. Su santa le dice que no se desespere, que pide un día libre y le sube la bici que dejó en casa. La idea no le satisface mucho.

Cuando llegamos a Trubia, después de varios kilómetros de pedaleo cansino y lento nos encontramos con que no hay tienda de bicis. La fortuna quiso que pasáramos delante de un taller de coches onde paramos a preguntar si nos dejaban un par de herramientas para intentar arreglar la avería. Afortunadamente el dueño era una persona amable y generosa, ciclista de afición que nos ayuda en el intento de reparación. Al poco de meter a la burra en el quirófano aparece el panadero, que resulta que también es ciclista desde pequeñito y ha sufrido en sus propias carnes la avería. Entre ambos solucionan el problema (al parecer una tuerca que se aflojó permitiendo un desplazamiento del desviador que impedía el trabajo normal de ambos elementos).

Contentos como chiquillos reemprendemos camino hacia el destino final cambiando un poco la ruta prevista para poder llegar a tiempo al albergue. Paramos a comer un bocata y seguimos cuesta arriba hacia Grado.

Van pasando los kilómetros y hacemos algunas paradas en lugares pintorescos para sacar las fotos de rigor. Lo más significativo es la caída de la cámara de Juan al suelo en una de ellas por una ráfaga de viento inoportuna. Una avería menor que no le impediría seguir funcionando “coja” en los días sucesivos.

Llegamos a Grado y paramos en una gasolinera a lavar un poco las bicis y a echarles algo de grasa en la cadenas. No nos damos cuenta pero la paliza que ellas llevan es directamente proporcional a la que llevamos nosotros.

Salimos con dirección a Cornellana y dejamos la carretera para subir el alto de Cabruñana. Volvemos a transitar caminos de tierra y piedras sueltas, húmedas por la lluvia, que sumadas a las acusadas pendientes nos ponen al límite de la resistencia. Paradas frecuentes a tomar aliento y tramos empujando la bici pues es imposible subir pedaleando. Pasan los minutos con mayor rapidez que los kilómetros pero al final todo llega a su fin y coronamos el bonito y exigente camino acompañados de una fina lluvia.

La lluvia irá cogiendo confianza hasta hacerse pesada y molesta. No nos deja hasta que llegamos a Cornellana. Paramos un ratito y contactamos por teléfono con el albergue previsto para dormir esa noche en Salas. En principio nos coordinamos y nos ponemos a pedalear cuesta arriba. La lluvia arrecia y hacemos una parada en un apeadero en desuso. Tras comentarlo entre todos desestimamos llegar a Salas porque la noche se nos echa encima y volvemos a Cornellana. Su albergue tiene fama de estar bien equipado y confiamos en que mañana podamos recuperar algo de distancia. De todas formas, la etapa prevista acababa allí, como puede verse en las camisetas.

El hospitalero, Tino, es una persona atenta y amable que nos espera e indica qué tenemos en el albergue y dónde podemos cenar. El albergue tiene lavadora y secadora y nos ponemos manos a la obra para estar a la altura de la Pasarela Cibeles. Por lo que a la cena se refiere, Tino nos aconseja ir a Casa Dani, donde nos damos un homenaje que compensa las penurias del día. El sitio es más que recomendable. Comemos hasta que se nos caen las muelas de la cantidad que nos ponen. La calidad es buena, de la esperada por estas tierras y el precio muy ajustado, más bien barato diría yo.

Regresamos dando un paseo al albergue y nos preparamos para la rutina de las literas, sacos de dormir, comentarios al respecto de los ronquidos y lindezas tipo. Esta tontería resulta agradable y alivia casi tanto como un ibuprofeno o una taza de valeriana.

domingo, 26 de abril de 2009

Día 2 Pajares-Oviedo

Nos levantamos y se repiten las escenas y comentarios del día anterior. Seguimos con la telenovela, en este aspecto la cosa apunta a que va a tener pocos cambios.

Miramos por las ventanas y nos encontramos con la agradable sorpresa de que el Sol ha vuelto de sus obligaciones varias y se encuentra esperándonos para acompañarnos en nuestro viaje (recordemos que la previsión del tiempo cuando salimos de Madrid era de agua y nieve en un 90-100%). Viene con sombrilla (nubes) lo que puede mejorar nuestro viaje. Por otra parte nos topamos con el paisaje que desde ahora y hasta que terminemos nuestro itinerario bicigrino será como el de un cuento de hadas.

La adorable Marisa nos preparó ayer unas rosquillas caseras que hemos empujado con un buen vaso de leche (¡qué mujer!) y colgamos las mochilas en las bicis (el numerito de la cabra con las "metidas y sacadas" previas al cierre definitivo de las mismas parece que nos acompañará para siempre, pero no deja de tener su gracia. Además, nos termina de despertar ya que los comentarios quieren ser agudos y eso estimula la corriente eléctrica neuronal).

Hacemos un repaso final a la parte ciclista y nos preguntamos por nuestros estados físicos y mentales. Al parecer la ducha, la cena y el reconfortable sueños ha obrado milagros y estamos dispuestos a sufrir otra etapa. Es hora de decidir cómo y por dónde.

Con el gps en la mano decidimos bajar al valle por un camino de cabras hasta el mismo río en San Miguel de Río. Allí enlazaremos por El Camino genuino y nos alejaremos de la carretera nacional, que según los puretas y profesionales de esto, "es lo suyo". "hay que impregnarse del espíritu del Camino", dicen (esto me recuerda al famoso y estupendo cómic "Astérix legionario" y la célebre frase "enrólate, dicen", que como la otra me acompañará hasta el final, una en el oído y la otra en el cerebro.

Perdemos algo así como 400 metros de altura en poco tiempo descendiendo por la ladera de la montaña (Luis y Pani se preguntan si no habría un camino más acorde con lo que es el concepto de "no exponer la vida en el intento innecesariamente). Al llegar al pueblo coincide que es la hora de la misa y nos adentramos en la iglesia para sellar las cartillas (perdón, escarapelas… no, CREDENCIALES).

Hay un sentimiento entre la indignación y el desánimo cuando les dice el sr. cura que no tiene sello porque la iglesia es filia de otra (supongo que estos pobres lugareños tendrán que oír dos misas en vez de una o confesarse dos veces por lo pecados para obtener los mismos beneficios que la iglesia matriz… qué cosas se ven y se aprenden cuando viajas).

Montamos en las borricas y salimos con dirección a Santa Marina, siguiente hito en el camino. Tras un tramo cuesta abajo siguiendo el curso del río que nos permite disfrutar del paisaje nos topamos con el cartel que indica el desvió al pueblo. Nos encontramos con una carretera de esas que no permiten el tránsito de dos coches en sentido contrario en el 80% de su recorrido y con unas pendiente que, aunque no dispongo de inclinómetro, podría jurar que están entre el 25 y el 30%. Descubro con pesar que mi cambio ha sufrido algún golpe en alguna de las salidas de fin de semana y que los dos piñones grandes no pueden ser utilizados, algo que para este tipo de pendientes se me antoja como muy recomendable.

Subimos como podemos, en bici o empujando, y al final llegamos a Santa Marina. Enclave pintoresco como los que por estas tierras tanto abundan, da para tomar fotos, hacer comentarios al respecto y plantear ruta hasta el siguiente punto que marca el "track". El sitio de marras se llama Llanos de Samerón pero el recorrido es justamente lo contrario. Hay que seguir por la misma ladera con las mismas pendientes pero por un camino que ya no está asfaltado y que solo se transita a pie o montado a caballo (algunos privilegiados lo hacen en quads con motores de 1.000 cc que les garantizan potencia y par adecuados en cada momento).

Empiezo a pensar en la conveniencia de echar marcha atrás y buscar ruta alternativa. Llevo 30 años de relación estable y gratificante con una asturiana y he recorrido caminos de estos a pie, en bici, en moto y en todo terreno y creo saber que la bici con mochila a cuestas es el vehículo menos recomendable de la lista. Este parecer mío parece confirmarlo el comentario de un lugareño que al enterarse de nuestros propósitos comenta entre sorprendido y divertido "ahí morís".

Pese a todo, como somos más chulos que un ocho, nos adentramos en el sendero (no tiene mayor categoría la zona a transitar) que enlaza ambos pueblos y empezamos la ascensión. Ésta ha de realizarse sobre un firme de tierra y piedras sueltas, todo mojado por la lluvia del día anterior (seguramente días anteriores) y con unas pendientes que nos obligan a los escasos 100 metros de pedaleo a bajarnos y empujar. Vuelvo a lanzar al aire la posible conveniencia de buscar ruta alternativa a lo que me responden nuevamente con lo de "impregnarse con el espíritu del Camino". Callé y marché.

Al cabo de una buena paliza (no sabría decir cuánto tiempo transcurrió porque de todos es sabido que en circunstancias extremas las percepciones cambian de forma significativa: si lo pasamos bien una hora parece un suspiro, y si estamos sufriendo, un minuto parece una eternidad). En nuestro caso tras cinco megaeternidades (una por cada bicigrino) y después de cruzarnos con el sr. del quad, que nos desaconsejaba seguir en nuestra terquedad, nos bajamos los pantalones (eufemismo) y dimos la vuelta.

En un periquete nos reencontramos con los paisanos del pueblo que rieron nuestras gracias y se rieron de nuestras disculpas. Supongo que no habremos sido los primeros ni seremos los últimos. Estas son algunas de las anécdotas que en estos sitios puedes contar y no así en Madrid. Seguimos carretera abajo hasta regresar al lado del río. Acompañamos curso abajo las aguas en su dulce transcurrir hasta el mar hasta que de repente la carretera se separa de la ribera y le da por trepar ladera arriba.

La cuesta es de las que cuestan y los 3 kilómetros de ascensión nos hacen sudar como a las ranas de los chistes de Chiquito de la Calzada. El esfuerzo de la ascensión se ve mitigado en parte por lo bello del paisaje. Cuando la carretera enlaza con otra principal vemos con sorpresa que ésta es la nacional que sube a Pajares, el camino que ayer Marisa nos sugirió y que nosotros desdeñamos. Más de dos horas de sufrimiento real (comprobado en el reloj del gps) y escasos 3 kilómetros de la ruta prevista par el día de hoy que habría de llevarnos hasta Oviedo.

Tras eliminar la mala leche del cuerpo con algunos ejercicios de yoga y soltar varios exabruptos por la boca, rodamos cuesta abajo hasta Campomanes, registrando algunos records de velocidad al tiempo que recuperábamos parte el tiempo perdido.

En Campomanes paramos para echar gasolina a los motores (el bocata de media mañana) e intentamos una vez más sellar las cartillas (credenciales) sin éxito. El sr. cura se hallaba en una iglesia filial. ¡Qué mala suerte! Ahora hay sello pero no está el sellador. No hay nada como estar en el sitio adecuado en el momento adecuado.

Seguimos carretera adelante por la ruta del Camino. Vamos de hecho por carretera aunque es de tercera categoría: buena para nosotros porque tiene asfalto y avanzamos deprisa al tiempo que hay pocos coches y se reduce el peligro. Por otra parte, el paisaje sigue siendo bello, aunque aquí en Asturias eso no es nada nuevo.

A eso de la hora de la comida andamos por Mieres y decidimos parar a comer. Pero antes de adentrarnos en el pueblo tropezamos con un restaurante típico de polígono industrial en el polígono industrial. Echamos un vistazo y vemos que parece adecuado. Están poniendo la F1 en la tele y nos vamos a tabicar unos bocatas. En esto viene Juan y dice que en el interior en vez de camareros hay camareras y que las pantallas de TV son mayores para ver mejor las carreras. Le seguimos.

Lo que iban a ser una parada rápida para tomar algo ligero y seguir trayecto se convirtió en una comida de tomo y lomo de esas de casi tres horas de parón (de hecho Luis se quedaba dormido entre plato y plato sin darse cuenta que la siesta se hace tras los postres; tal vez el cansancio empezaba a hacer mella y, como el que dice, acabábamos de empezar). La parte positiva era que si bien acumulábamos cansancio los episodios de dolor no se habían reproducido. Pani parecía cada vez mejor (ahora incluso había subido un poco más el sillín y desplazado hacia adelante, lo que le permitía empujar con mayor verticalidad para dar respiro a la rodilla) y Juan no acusaba calambres aunque el ejercicio desde que salimos fue exigente casi en todo momento).

Al final fuimos capaces de arrastrar nuestras pesadas barrigas hasta la salida y subirnos en las bicis. Pusimos proa a Mieres y nos dirigimos hacia la carretera que nos conduciría al alto del Padrún. Poco antes de salir de Mieres nos tropezamos con un paisano que está haciendo algo así como la enciclopedia del Camino Asturiano o similar. Nos hace unas fotos que dice colgará en la web y publicará en el libro y quedamos con él en mantenernos en contacto.

Empieza a lloviznar como aquí es típico (ya saben uds,, el famoso calabobos; éstos somos los servidores bicigrinos, claro está). Nos pertrechamos la ropa de agua y empezamos a ascender. La subida por esta parte es tendida como en Pajares y se hace llevadera. De todas formas, las piernas van sumando castigo.

Coronamos, nos hacemos fotos y nos quitamos ropa de agua. Ya no llueve tanto y prefiero algo de agua del cielo que no perder toda la mía en una transpiración innecesaria.

Nos lanzamos cuesta abajo con el asfalto mojado. A Luis le da un "pronto belga" y mete turbo para distanciarse. Un poco más abajo nos lo encontramos recomponiéndose de una caída. Al parecer en uno de los giros cerrados de la carretera, de esos de 180º, apareció un autobús que ocupó parte de su carril, por lo que en un acto reflejo propio de los países bajos, se tiró al suelo porque prefería pasar por debajo del chasis que empotrarse contra el lateral.

Un par de contusiones, un roto en el chubasquero y un sin fin de comentarios después seguimos hacia nuestro destino.

Antes de llegar a Oviedo todavía nos dio tiempo a subir algunas rampas más. Parece mentira lo que se alarga el camino cuando crees que has llegado y en realidad queda trecho. La cabeza se revela y 6 kilómetros parecen 60.

Por fin nos adentramos en las calles de la capital astur y nos dirigimos hacia el albergue. Allí nos tropezamos con un pequeño inconveniente: el paisano dice que ya es su hora y como funcionario de pro abandona el castillo. Sobre la marcha Juan contacta con el cuartel general y la Srta. Pepis busca a toda la potra una solución al problema. Al final nos decidimos por un hotel bien situado para nuestros intereses bicigrinos (cerca de la Catedral donde esperan sellar mañana. Es de suponer que aquí tienen categoría de matriz y personal de guardia para que podamos irnos con otra mancha de tinta en el recuadro correspondiente).

Llegamos al hotel y nos distribuimos. Los metreros se van juntitos a una habitación doble para preparar el comunicado oficial del sindicato del metal a los medios de comunicación. El resto nos vamos a la "triple". En realidad es doble reconvertida. Aunque no hay sitio físico para meter una cama, lo solucionan colocando las tres pegadas. No sé si me toca o me asignan la del centro. No hay problema, me meteré en ella saltando al estilo Fosbury.

El hotel no tiene garaje propio vamos a meter las bicis en uno concertado. En realidad la idea era colocarlas en una plaza pagando la tarifa correspondiente como cualquier coche por las horas allí estacionados. Pero nos tropezamos con un par de paisanos a punto de jubilarse que no sé si es que no entendieron nuestras explicaciones, no tenían capacidad ejecutiva para autorizar tan peculiar estacionamiento o, simplemente, eran oligofrénicos (eufemismo) por lo que nos fuimos a buscar otro aparcamiento. Ahora sí tenemos suerte tras explicar al vigilante jurado la idea y dejamos allí a las bestias para que descansen tan tranquilas como nosotros esperamos hacerlo en el hotel.

Nos duchamos y preparamos para cenar. Como habréis sospechado Julio y Pani se retrasan un poco. No sé si las negociaciones del convenio colectivo o problemas para recoger el jabón en la ducha, en todo caso, al final hicieron acto de presencia y salimos a reponer fuerzas a un local próximo donde comimos y bebimos para garantizarnos que por la noche no nos haría falta el hilo musical. La nota ya la daríamos nosotros.

Cogemos la cama con ganas. No recuerdo bien si me dormí de forma natural o al esnucarme con el salto fosbury, pero fue tan rápido y parecido a la sensación de la anestesia total cuando pasas por el quirófano. Mañana será otro día.

sábado, 25 de abril de 2009

Día 1 León-Pajares

Antes que suene el despertador ya estoy dando vueltas en la litera hace rato. Me hago el remolón y dejo que pasen los minutos a la espera de ver uno de los "clásicos del Camino": el despertar y preparación de las mochilas. Según lo que he escuchado, algo digno de verse.

Julio y Pani hacen acto de presencia en el escenario y saltan de sus camas con la elegancia que les es característica. Van al aseo y regresan para comenzar con el ritual envasador (aunque por el tiempo y forma con el que se emplean, especialmente Julio, podrían homologarse como embalsamadores). La fanea será larga, son escrupulosos y profesionales hasta la saciedad.

Luis y Juan lo hacen un poco más tarde y me pongo manos a la obra yo también. Son técnicas distintas con resultados casi idénticos. Debe ser la biodiversidad, que en esto también es maravilloso.

Con algo de retraso sobre el horario previsto salimos del albergue camino de un bar en el que el año anterior tomaron los bicigrinos un buen café acompañado de unos calóricos churros que ayudarán a afrontar la etapa con mejor ánimo.

No sé porqué razón aterrizamos en otro bar donde nos enchufamos algo muy distinto a lo deseado. Tampoco hay que dramatizar y como contrapunto a este pequeño tropiezo decir que lejos de tener un día frío y lluvioso como estaba previsto por el INM, el sol nos acompaña en el firmamento como si tuviera ganas de ver de qué somos capaces.

Pedaleamos un rato por las calles de León hacia las afueras, con ganas de pisar camino de tierra y recoger las sensaciones que nos transmite la bicicleta cargada con las mochilas. Al final todo llega y dejamos atrás la ciudad para llanear con tranquilidad cerca de la orilla del río. En ocasiones el camino se aleja un poco de ésta y sube ligeramente por la ladera entre árboles que nos permiten escondernos del sol un poco y evitar cansancios gratuitos.

De repente nos tropezamos con el primer escollo significativo: la Loma de San Pelayo. Una pendiente no muy larga pero sí muy pronunciada que nos obliga a bajarnos de las bicicletas y tener que remontarla de forma poco ortodoxa. En el caso de Juan, Luis y un servidor decidimos subir las bicicletas de una en una empujando entre todos (de forma individual era imposible para nuestras capacidades pues resbalabas por la arena suelta y caías de bruces al suelo). Por su parte, el sindicato de ferrocarriles decidió aprovechar la tecnología punta de sus alforjas y en una maniobra tan rápida como sencilla uno se hizo cargo de éstas y el otro de la bici. Era otra forma de superar la cuesta y nos costó un poco más de tiempo realizar la ascensión del tramo “crítico”, la mitad aproximadamente del total de la loma.

Fotos, risas, comentarios más o menos chistosos y acertados y seguimos subiendo lo que nos quedaba, ya de forma “individualizada” conforme a lo que se espera.

El camino seguía transcurriendo en un suave subir sin prisas ni pausas, permitiéndonos quemar kilómetros mientras quemábamos calorías. Transcurridos unos 30, llegamos a La Robla y a las afueras paramos en un bar de carretera donde nos apretamos un “poco” de tortilla y un “bocatín” debidamente acompañado por una bebida que rehidratase nuestro cuerpo maltratado.
Nos ponemos en contacto con el albergue en el que teníamos pensado pernoctar para coordinar la llegada y demás temas de intendencia. El paisano muy amablemente nos dice que pasa de nosotros porque está en las fiestas de León y no va a cambiar su programa por nuestra desafortunada presencia. Tras desearle una borrachera desagradable y una peor resaca decidimos las medidas a tomar. Al final pensamos que sería bueno avanzar hasta Pajares, ya que el sol todavía está con nosotros y no sabemos si en los días próximos tendremos en algún m omento que reducir la distancia inicialmente prevista. Por unanimidad decidimos llegar hasta la cumbre y coronarnos reyes de la montaña. Contactamos con el albergue de Pajares pueblo y nos dijo su regente, Marisa, que nos esperaba (luego haré mayor referencia a esta estupenda persona que se portó con nosotros como si fuera nuestra madre).

Para empezar la carretera que nos llevará hasta Buiza se pone de puntillas y nos hace sudar un poco, como dándonos a entender que por aquí disfrutar del paisaje no es gratis y que cuanto más queramos subir para tener mejor vista, más habremos de pagar peaje.

Mientras ascendemos me doy cuenta que Pani tiene un semblante que no augura nada bueno y tras mucho pensarlo le pregunto cómo va la cosa. Me dice que la rodilla le molesta y que anda algo jodido. Teniendo en cuenta que el fin de semana anterior no pudo hacer la “etapa de rodadura” por la misma molestia, que estuvo en el fisio un par de veces y que hasta el jueves era duda para hacer el Camino, la cosa no pintaba muy bien.

Le vigilo de cerca y al cabo de unos cuantos kilómetros me permito el lujo de sugerirle que cambie la postura de pedaleo, esto es, que suba y adelante el sillín para que no le tire tanto al rodilla. No está muy convencido pero el dolor debe ser más intenso de lo que confiesa por lo que hace el cambio en un intento de no anunciar que se vuelve a casa en taxi.

Por fortuna con el paso del tiempo parece que se adapta a la nueva postura y ésta le castiga menos la maltrecha rodilla. Buena noticia. Además, tras parar en Buiza decidimos seguir viaje por el collado de Villasimpliz. Cambiamos el asfalto de la carretera por una pista de grava que tiene un desnivel mayor, lo que unido al menor agarre de las ruedas complica la marcha y nos castiga más el ya maltrecho cuerpo.

La subida es larga y nos pega una paliza del demonio pero al final coronamos y tenemos la oportunidad de disfrutar de un hermoso paisaje allá donde miremos (cosas del norte).
Una fotos de rigor, unos tragos de agua y unas barritas energéticas dan pie a bajar hacia la Villasimpliz en un rápido descenso que estimula nuestro ánimo.

Volvemos al asfalto, a la carretera nacional que corona el alto de Pajares. Luis ha debido tomar una de las barritas que se cayeron en la marmita de la poción mágica y empieza a tirar como poseído por el diablo. Julio le sigue y Pani poco a poco va cogiendo el ritmo. Dice que el dolor ha dejado paso a la molestia y que eso es llevadero.

Sin embargo el que parece que entra en barrena es Juan. Las piernas se le han quedado rígidas y pronto empezará a sentir hasta calambres. Para terminar la faena, el cielo parece que se va con el jodío hospitalario de Busdongo a León y aparecen las nubes arrastradas por un molesto viento de cara que dificulta notablemente la ascensión.

A mitad de subida la cosa empeora. Las nubes empiezan a soltar agua y la temperatura va en descenso. Las piernas de Juan se derrumban y se le ve jodido en lo físico y tocado en la moral. Mientras él se recontraga en silencio yo me pongo delante para que le resulte más fácil superar el tramo que nos queda.

El resto de la ascensión fue larga y dura. El lluvia dio paso al aguanieve y el viento se hizo más frío y molesto. Llegamos por fin al alto y nos metimos en el bar de carretera para recomponernos un poco. El vaso de leche caliente y el fuego de la estufa nos devolvieron a nuestro ser. Ya estábamos a un minuto de la salvación.

Nos montamos en las bicicletas y con un cuidado especial descendimos los pocos kilómetros que nos separaban del pueblo y el albergue. Cuando llegamos la hospitalaria Marisa nos sorprendió varias veces. En primer lugar nos dijo que metiéramos las bicis dentro y que no las dejáramos en la calle, algo que se agradeció. Luego comprobamos que había puesto la calefacción en marcha poco después que la avisáramos de nuestra llegada, con lo que el ambiente era muy agradable. Y en un remate espectacular, nos había preparado unas rosquillas con su hija para el desayuno del día siguiente. Con ángeles como ella te puedes echar a la carretera sin temor.

Nos aseamos y cambiamos par ir a cenar a bar del pueblo. Creo que se pasaron un pueblo con nosotros. Nos cobraron un exceso por la cantidad y calidad de lo comido. No lo recomendaré nunca jamás.

Nos vamos a la cama y antes de entrar en el sobre las bromas de rigor con respecto a los ronquidos y preparativos (los de el momento y los previstos para la mañana siguiente).

Yo me atrinchero en el saco, me recuesto sobre la oreja que sí percibe sonidos para aislarme del ruido, cierro los ojos, pienso que estoy en mi camita con mi señora al lado y en un periquete (tal vez porque yo soy Perico) creo perder el conocimiento y entrar el la primera y reconfortante fase de sueño.

Ha sido un día duro pero la buena noticia es que Juan y Pani parecen recuperados y podrán afrontar la etapa de mañana con optimismo.

viernes, 24 de abril de 2009

La prólogo

El día CERO o la etapa prólogo es siempre la mejor. El ánimo te sobra por todas partes y todavía no has gastado un cartucho de energía. Te crees inmortal y vas sobrado por todas partes. ¡Qué ilusión!

Por la mañana temprano me acerqué a la ofi a dejar 4 cosas medio resueltas y salir con la idea de que no falto a mis obligaciones.

Cerca de mediodía van llegando los compis, todos menos Andrés, cuya fatalidad no le abandona y el destino quiso que unos días antes el riñón le tocara los…

La puesta en escena de cada personaje se corresponde a lo que todos sabemos de antemano, pero es divertido verlo sobre la marcha, en vivo y en directo, que es más gracioso. Las discrepancias entre Juan y Julio (dos cuartetas y una octava por encima del tono aconsejable), los comentarios del Pani (perfectamente enmarcables en un guión de primera como El Milagro de P. Tinto o Pulp Fiction), la animosidad de Luis (primo lejano de Tristón, compañero inseparable de Leoncio, que siempre insistía en que no tenía que haber ido a cualquier parte o hecho cualquier cosa).

Al final cuadramos los bártulos en los vehículos y nos subimos a la carrera para poner rumbo a León, desde donde empezaremos a sufrir a la mañana siguiente.

Pero para compensar los de la Cámara del Comercio y del Bebercio ya habían dispuesto que tras registrarnos en el albergue y enfundarnos las camisetas identificativas, nos habríamos de dar un paseo por la noche de León. Y así se hizo.

La vueltecita por el barrio Húmedo tuvo parada y fonda en dos o tres locales de rigor, alguno de los cuales tenía gente conocida del año anterior (caso de Agustina y Conchi) y otros por conocer (como el titular de La Bicha, filósofo de barril con criterio y coherencia perfectamente válidos para algunas reales academias que disfrutan entre sus miembros de número con personajes sideralmente distantes de la realidad cotidiana).

El remate lo pusimos en un intento de bar de copas con música a la carta donde nos tropezamos con un selecto grupo de personajes a la espera de que por allí pasara Almodovar a hacer su último proyecto surrealista antes de girar a la derecha y encerrarse en otra cara vista del perfil femenino de sus chicas-mujeres fetén.

El tiempo que tardamos en tragarnos el pelotazo que consumimos fue el que nos permitió charlar un rato con alguno de los personajes o limitarnos a mirar el deambular del resto como si estuviéramos en el circo de los esperpentos (la mujer barbuda, el gigante, el forzudo, la enana, los siameses… de película).

Al final, de puntillas para no despertar a los que horas antes habían entrado en la cama para descansar y madrugar convenientemente, nos metimos nosotros en el sobre un poco tocados por los excesos, con lo que todos roncamos, sudamos y tuvimos pesadillas de mayor o menor intensidad.

Y lo más divertido para el día primero de ruta era que teníamos un 90% de probabilidades de lluvia que se convertiría en nieve en cuanto nos acercásemos a Pajares. Saltaba de alegría solo de pensarlo. "Tengo que ir al médico a hacérmelo ver en cuanto llegue a Madrid -pensaba- no puedo estar bien de la cabeza". En fin, mañana volverá a salir el Sol por Antequera

jueves, 23 de abril de 2009

Bendecidos

Dice Juan que no está agobiado por los preparativos. Bueno tal vez sea cierto, especialmente en lo que a lo que a la bici y mochila se refiere. Tal vez porque como ya tiene la experiencia del año pasado no necesita sino planificar y sabe que tiene tiempo.

Pero si no agobio, planificación sí lleva realizando mas o menos seria desde hace tiempo. Y como muestra el botón del anterior apunte, la reunión preparatoria. Vean uds. los perfiles de etapa y los comentarios que describe en su blog de lo que se avecina (intimidatorio por cierto) y háganse una idea de las horas que le ha echado a internet, al gps, al móvil y a la madre que parió a la vaca.

En lo que se refiere a la visita a la iglesia de Santiago para ir a recoger la cartilla (Credencial para los expertos), comentar un par de curiosidades. En primer lugar me volvió a chocar la enorme representación del frente de juventudes de las hermanas de la cofradía del Santo Peregrino (7 damas octogenarias que en un principio se asustaron con nuestra presencia). También me chocó el sacerdote que ofició la misa, una persona con la que si tuviera tiempo me gustaría charlar porque parece realmente interesante. Igualmente divertido fue la iniciativa del pater de bendecirnos sobre la marcha y facilitarnos así un poco el camino. Era curioso ver a las ancianas cómo nos miraban. Treinta minutos atrás su cara reflejaba cierta preocupación y parecían temerosas por si fuéramos a realizar algún sacrilegio o falta grave de algún tipo. Tras las explicaciones de su sacerdote y sabiendo quiénes éramos y la misión que nos habíamos encomendado, dejamos de ser delincuentes para convertirnos en sus héroes por los que seguro rezaron con devoción.

A la salida, con la cartilla en la mano, el comité de festejos propuso echar combustible en las tripas, por lo que los de la Cámara de Comercio y Bebercio propusieron el bar de destino.

Algo menos que en la ocasión anterior entró en las tripas, aunque el saque estuvo por encima de lo que recomienda la OMS.

Mañana tendré que terminar de ajustar la bici (monté las cosas el fin de semana pasado y me falta algún detalle) y preparar la maleta (no tengo experiencia en esto de bicigrino aunque supongo no variará demasiado con respecto a ir de camping con la familia o el fin de semana a casa de tu suegra). Está claro que soy muy poco responsable y aun así les toco los cacharritos a mis hijos con esas historias de ser serio y honrao. Joder, ya lo decía mi amiguete Morlanes "Pedro, tú cuando espabiles, no vas a ser de los más listos". Qué razón tenía el cabrito.