domingo, 3 de mayo de 2009

Día 9 Santiago-Madrid

Amanece un nuevo día que coincide con el final de la aventura. Es un punto y aparte ya que aunque hablamos de lo mismo el escenario totalmente distinto.

Al despertarme, como cada mañana, mi cerebro (2 neuronas) se resetea para entrar en funcionamiento (?????). Abro los ojos y me encuentro a mi santa en el lado de la cama que habitualmente ocupa. Nada que ver con la tropa bicigrina. La habitación, que tampoco tiene que ver con lo “disfrutado” los días anteriores, invita a pasar allí varias horas más retozando y descansando de la paliza acumulada. Hago un esfuerzo mental (???) y recuerdo que hemos quedado para iniciar “la retirada”. Hay que regresar a Madrid y la logística requiere algunos pasos obligados (recogida de las bicis, recogida de los compis en Santiago y viaje de regreso a casa.

Desayunamos correctamente y nos vamos a por la fragoneta al aeropuerto. Recogemos a la familia en el hotel y echamos los bultos a la trasera de cada carro. Quedamos con los compis en Santiago. En la litúrgica del día está prevista la Misa del Peregrino y el abrazo al Santo. Un servidor se queda fuera pues es mas de sentir en el corazón que de
estereotipos sociales (no me gusta que me digan cuándo tengo que celebrar a mi madre o a mi padre, cuándo tengo que ir a poner flores a la tumba de mis seres perdidos o cosas similares… ya saben Uds., soy un tocapelotas de carácter genético).

Mientras los que se introdujeron en la impresionante catedral cumplimentan los trámites protocolarios los que nos quedamos fuera disfrutamos de unos momentos de calma que a un servidor le permiten ver con detalle cosas que allí ocurren y algunas de las personas que las protagonizan. Intento pensar en ello con calma y sacar conclusiones positivas para mi futuro, sobre todo de cara a garantizar en cierta medida ese futuro para los míos, que son mi responsabilidad.

Cuando salen los catedralicios nos dirigimos al parking y se pone en marcha la caravana motorizada. Juan con su familia van en un coche. Pani, Julio y Luis se encargan de la fragoneta cargada con las burras y Yolanda y yo nos hemos adobado en el coche de Álvaro y familia. Miramos hacia atrás cuando partimos y me quedo pensando sobre el balance del viaje.

El camino a casa tiene un kilometraje similar al que hemos recorrido en nuestro Camino y sin embargo no tiene nada que ver. Los kilómetros pasan a buen ritmo instalados cómodamente en el asiento del coche. Paula y Marian van diviertiéndose con las películas que ven en el DVD. Yo las sigo de refilón, como algunas de las conversaciones que surgen a lo largo del viaje. En otros momentos, caigo en un relajado sopor que pone en stand by mi cerebro. Los ronquidos de mayor o menor intensidad que emito constatan que sigo vivo. También les aclara a mi familia que estoy durmiendo (que no dormido) y que se pueden meter conmigo que no me enteraré de nada (por el oído izquierdo, que del derecho estoy sordo y hace tiempo que no me entero de nada por ese canal).

Unas paraditas de rigor (gasolina, comida, evacuación de líquidos, etc.) consiguen sacarnos (especialmente a Álvaro que es el que conduce) de la monotonía del viaje que imponen las cómodas autovías y las férreas leyes del tráfico (velocidades limitadas, radares y demás lindezas que por nuestro propio interés las autoridades han tenido a bien poner en marcha). Llegamos a casa y allí nos esperan mis hijos.

La siempre original e inspirada María ha confeccionado unas Medallas de Oro al Mérito Deportivo, con una estética entre Mariscal y Nesquick, que nos cuelga al cuello y que nos hace disfrutar de momentos de tal intensidad emocional que las glándulas lacrimales empañan por unos momentos nuestros sorprendidos ojos de besugo. Unas risas adicionales mientras descargamos la parte de nuestro equipaje y las burras preceden a la partida de los de la fragoneta para seguir rumbo. Pani será el siguiente en aterrizar y le seguirá Luis. Julio se llevará la combi a casa para devolverla al día siguiente al de la empresa de alquiler.

Nos despedimos las familias del trío calaveras y cada mochuelo a su olivo. Mañana volveremos a la rutina de cada día: oficina, trabajo, oficina, trabajo, etc. Una delicia, vaya. Mientras llegan los momentos menos buenos de mañana, en casa sigo disfrutando de los míos, de mi baño, de mi cama y de la suerte que tenemos de poder hacer y contar todas estas aventuras. A pesar de la no existente crisis y gilipolleces similares, “Virgencita, Virgencita, que me quede como estoy”.

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