sábado, 2 de mayo de 2009

Día 8 Arzúa-Santiago

La noche ha sido movidita. Mi litera está al lado mismo de la puerta y el trasiego de gente no ha parado. Hasta las siete de la mañana porque las necesidades básicas no dan cuartel y si tienes que levantarte al baño…

A partir de las siete porque para los andarinos es la hora del toque de diana y todos se ponen en marcha. Nosotros ayer llegamos tarde, cuando ellos dormían y creo recordar que fuimos cuidadosos con los ruidos y molestias posibles. Sin embargo, ahora es como en la apertura de puertas en El Corte Inglés el primer día de rebajas: salida en tromba y sálvese el que pueda (sigo con mi idea de respetar los criterios de la Guía Periquín y transitar poco estos sitios que ya me parece tienen poco que aportarme).

Desayunamos y preparamos las burras para recorrer los últimos km que nos quedan hasta Santiago. Tenemos que hacer una reparación de emergencia a la bici de Pani, con problemas en la cadena. Retirada del eslabón afectado y engarce del nuevo para salir pitando y no acumular demoras innecesarias.

El día vuelve a ser soleado y nos empuja como a cabritillas a saltar por el monte. Subimos y bajamos (aunque todo cuesta abajo como apuntara Tino días atrás) la senda que marca el Camino. Nos cruzamos con peregrinos por todas partes y de todos los lugares imaginables… o no. También con los de nuestro albergue que tanto se hicieron notar en su partida. Juan dice que quiere tener unas palabras con el que estuvo haciendo el trenecito largo rato en la habitación para explicarle algunos conceptos que tenía poco claros. Le disuadimos.

El ánimo está enardecido. Julio y Pani van canturreando (vociferando) jotas mientras avanzamos. La gente nos mira con agrado y se sonríe. En determinado momento, al otro lado de una hilera de árboles escuchamos a un paisano que nos agradece los cánticos y nos anima a seguir. En las próximas horas repetiré “Buen Camino” a “sienes” de personas que caminan por las sendas peregrinas en número tal que parece que estuviéramos a la salida del cine, de un concierto o de un partido de Champions.

Nos encontramos con diversos monumentos recordando a peregrinos con historia. Resulta curioso leer las inscripciones de las placas que los acompañan haciendo referencia a gente de edad avanzada que llegó incluso a morir en el largo y duro transitar desde su origen hacia Santiago.

En un momento de descuido debo meter la rueda en algún sitio indebido y pincho. Cambio de cámara que aprovechamos para tomar resuello y seguimos con los pedales.
Los toboganes se suceden y las “pendientes negativas” siguen cargando las piernas. De todas formas, aunque vamos todos bastante cansados por la acumulación inmisericorde de los km de castigo, hacemos de tripas corazón y bromeamos al respecto.

Estamos cerca de Santiago. Paramos en el Mojón que ha sido seleccionado como portada de este blog para representar el Camino. Hacemos una parada y sacamos unas fotos. Coincidimos con tres amigas andarinas de buen humor y conversación entretenida. Una de ellas es asturiana, como la señora que me aguanta a diario en casa, pero nos comenta que vive fuera aunque allí es feliz. Aprovecha el camino y otras excusas para venir a ver a los suyos.

Avanzamos y poco antes de Monte do Gozo superamos a una mujerina con aspecto tan cansado que nos paramos a interesarnos por su estado. Es un poco más alta que Ioda y unos meses más joven. Su menudo cuerpo se apoya encorvado sobre un bastón que le permite a duras penas mantener el equilibrio. Creo que tiene una lipotimia de órdago y que se va a desplomar en cualquier momento. La preguntamos si se encuentra bien y nos miente con una sonrisa que apenas esboza por la falta de fuerzas. Juan la ofrece comida y ella declina la oferta. Yo la ofrezco agua y acepta un trago. Le insisto en que se quede la botella. Lo hace. Queremos que coja también comida pero dice que no debe tomar nada hasta que no llegue a Santiago, que le sentará mal y no podrá continuar. Aceptamos pulpo como animal de compañía y seguimos avanzando. Cada poco tiempo miró hacía atrás para comprobar que ella puede seguir. Como es lógico no la veo y un cierto cargo de conciencia pesa en mi mente porque pienso que no debimos dejarla allí sola. Álvaro y Marian nos comentarán más tarde que la vieron el día anterior en Melide cruzando las calles igual de encorvada y con paso cansino. Tal vez sea la próxima víctima del camino que cuente el año que viene con su monumento y placa correspondiente. En todo caso, a pesar de la cara de sufrimiento y extenuación, en sus ojillos de niña traviesa se adivinaba un bienestar espiritual y la conciencia de saber que merecía la pena el sacrificio (era como en la escena en la que el malvado Darth Vader le corta la cabeza a Obi Wan Kenovi; pero al mirar bajo su túnica, el cuerpo no está). Sobrecogedor.

Al final llegamos a Monte do Gozo, nos calzamos las “camisetas oficiales” y nos hicimos las fotos de rigor. Continuamos trayecto y al final pisamos Santiago, aunque desde las primeras calles hasta la Catedral podemos disfrutar de algunas rampas más.

La entrada en la Plaza del Obradoiro es Almodovariana. Julio se ha colocado el pito de emergencia en la boca y empieza a silbar como si estuviera en una comparsa gaditana o en los carnavales tinerfeños. Las miradas de los que por allí pululaban se clavan en nosotros. Me hago el loco y sigo adelante. Allí enfrente se encuentra la “tropa zugastera” a la que se ha sumado mi santa, que ha enlazado dos vuelos desde Alicante ya que el día anterior asistió a un concierto con unas amigas. Viene expídica y tengo que aplacar sus ánimos echándola al suelo, reduciéndola como a los novillos que van a ser marcados con el hierro de la ganadería y dándole una serie de picotazos en los morros que anestesien sus sentidos mientras recobra su personalidad humana.

Pasamos por secretaría y nos hacemos con la Compostela (especie de Bula Papal que me perdona los pecados cometidos y los que habré de cometer en el futuro; ocho días de penar para disfrutar de una vida eterna no es mal negocio).

Un poco fuera de horario nos dirigimos a la búsqueda de un restaurante para comer, cosa que hacemos entre las 16,30 y las 19,00. Terminado el trámite el clan Zugasti se dirige a los cuarteles de invierno a descansar con las familias mientras que el resto del equipo bicigrino se queda en Santiago donde dicen irán a ver la maniobra botafumeira y a tomar unos pelotis por la noche infiltrados en el ambiente estudiantil. Ya nos contarán.

El hotelito elegido para pernoctar está francamente bien. Me doy una ducha de alivio, me hago unas caricias con mi señora y dormimos un ratito para poder ir a tomarnos la última comilona en una marisquería que tienen metida en la caché del año pasado.

Cumplimos el trámite con decoro y nos retiramos a descansar. Mañana, con tranquilidad, nos levantaremos, iremos a Santiago a reunirnos con el equipo y pondremos rumbo a casa con la satisfacción de haber podido culminar el envite. Físicamente ha sido un palizón. Psíquicamente me dará para pensar mucho e intentar hacerme una persona mayor, cosa que mi madre agradecerá al Santísimo.

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