viernes, 1 de mayo de 2009

Día 7 Lugo-Arzúa

Hoy nos levantamos con el cielo despejado y la previsión del tiempo muy favorable. Espero que se mantenga. El sueño reparador de una noche aderezada con los jolgorios de la calle (la pensión está en una zona de copas y el ambiente festivo aguanta hasta bien avanzada la madrugada) me animan a pensar en la etapa que se avecina. Los compis me han comentado que desde este punto y hasta llegar a Santiago la cosa cambiará significativamente: mucho peregrino y caminos más preparados para el tránsito con las bicicletas. Vamos a ver si tenemos suerte y todo sale bien.

Bajamos a desayunar a un bar cercano y nos colocan material en abundancia que nos tomamos con gusto y sin rechistar. Los ánimos están altos en el grupo y nada significativo parece que nos vaya a aguar la fiesta. Además, las incidencias del viaje han sido poco significativas en lo que a averías se refiere, teniendo en cuenta lo que hemos transitado por lugares muy exigentes (lo único no resuelto sobre la marcha es lo de mi freno trasero que sigue son funcionar), o lo referente al castigo físico acumulado (Julio ha mejorado la dosificación de sus pastillas para el corazón para que no le dejen en punto muerto, Juan ha recuperado el ritmo habitual en él propio de un Zugasti, Pani ha visto casi desaparecer su molestia en la rodilla, la mía va aguantando con la ayuda de los antiinflamatorios y el bueno de Luis termina por concluir las etapas con un palizón más propio de los mártires de antaño que de un informático de la administración pública, pero al final siempre se repone y la sonrisa vuelve a su semblante al finalizar cada etapa).

Hoy pasamos por la catedral a sellar la cartilla. En Asturias las posibilidades han sido pocas. Casi todo en bares y establecimientos similares, mientras que prácticamente imposibles en las iglesias (como decía mi abuela “ya no hay vocaciones”; tal vez lo que no haya, afortunadamente, es hambre entre los lugareños). Unas fotitos de rigor en la zona de murallas adentro por la parte vieja de la ciudad y cruzamos el pórtico del santo para continuar nuestro peregrinaje.

Comenzamos la ruta y vemos las conchas en sentido contrario sobre los mojones (otra característica de estos pagos gallegos) y una plaquita con la distancia restante hasta la meta (eso parece que anima a superar las dificultades que aún quedan por vencer). La ruta es bonita como me comentaron y la presencia de peregrinos se hace notar. En la primera hora de pedaleo hemos deseado “Buen Camino” a más gente que en todos los días precedentes.

Los paisajes de foto se suceden por todas partes y el día soleado anima a parar y realizar los mejores encuadres sobre la plástica más selecta.

Esta parte del camino es un constante subir y bajar pendientes no muy largas ni pronunciadas pero que acumulan cansancio en las piernas de forma rápida. Julio parece que ha tomado un poquito de mas de su pirula coronaria y va como si hubiera entrado en la pista el "safetycar". Afortunadamente la cosa no es seria y como a pesar de todo llevamos un ritmo razonable y el sol nos mantiene el buen humor, seguimos pasando por los mojones que indican la dirección correcta y la distancia cada vez más reducida.

A mediodía paramos en San Román a tomar algo. Volvemos a tropezar con gente amable que nos trata bien y nos ayuda a recuperar fuelle. Xaime, el jefe del negocio nos explica algunas cosas de la zona y del miliario que tienen ubicado a doce metros de la puerta del establecimiento, una réplica del original que fue trasladado a Astorga (supongo que sus razones habría). Comemos, bebemos y charlamos un rato sentados al sol en un prado verde y reconfortante. Miramos el reloj y las agujas nos aconsejan volver a pedalear. Nos ponemos en marcha.

Seguimos avanzando inmersos en el paisaje subiendo y bajando constantemente de cota. Los toboganes gallegos siguen minando nuestras piernas, pero al no tener que sufrir un tiempo desapacible, los kilómetros se hacen más llevaderos. A eso de las 18,30 llegamos a Melide donde ya nos esperan M. José y sus cachorros por el lado del cuartel CM 118 y Alvaro, Marian y Paula en representación del cuartel CM 116. Éstos han llegado hace poco y esperan con impaciencia la presencia de la serpiente multicolor. Cada uno por distintos motivos aunque todos ellos de indudable interés. Paulita, como puede entenderse en una niña de 6 años, ve nuestra aventura como una gesta épica y quiere disfrutar y compartir los momentos que para ella son de película. Marian quiere vernos y comentar las cosas de viva voz con nosotros. De hecho hubiera venido si no la disuade Álvaro porque la paliza iba a ser superior a sus posibilidades reales en ese momento. Pero ella es dura y si hay convocatoria el año que viene se apuntará. ¡Menuda es ella! Se enjugó las ganas cogiendo mi bici un rato y pedaleando por los alrededores sintiendo lo que es viajar con “la casa a cuestas”. Álvaro por su parte disfruta de todo y aprovecha para reírse con su hija, con su mujer y de nosotros. Nos comenta lo bien que han llegado en coche desde Madrid sin apenas esfuerzo, cómodamente sentados con el aire encendido, con el DVD en marcha, con la dirección asistida, etc. Todos agradecemos el estimulante soplo de buen humos que nos supone un efecto balsámico para nuestros castigados cuerpos.

Nos centramos y encaminamos a Ezequiel donde para no perder la costumbre empujamos algo de comer y beber. Sitio de reconocido prestigio por el pulpo que sirven según los expertos, me sirvió para volver a ratificarme en que le pulpo que preparan Juan y su cuñado Manolo es de 5 estrellas de mar (calificación más alta de la Guía Periquín del Buen Gourmet). Aparcado el cefalópodo en el estómago nos ponemos en marcha para seguir camino al final de etapa previsto, que ha pasado de Ribadixo a Arzúa ya que en aquél, el albergue cierra a las diez y eso nos impide cenar con tranquilidad con los familiares que han venido a vernos.

El albergue es amplio y de reciente construcción, limpio y bien presentado. Los metreros, con un papo propio del sindcato del metal se agencian una habitación doble aislada de la megasala donde compartiremos el resto del equipo sueño y descanso con otros cuarenta cuerpos “cantantes” (por lo de los olores, ronquidos, ruidos diversos, etc.). Esta es la parte no recomendada en la sección de hospedaje de la Guía Periquín. Nos decantamos más por las pensiones y hostales que hemos disfrutado los días anteriores. En fin, hay que probarlo para poder evaluar.

Salimos aseados a buscar, junto con la familia, un restaurante que nos acoja a todos juntos en una misma mesa. Damos un par de vueltas y aterrizamos en uno que no está del todo mal. Salimos del trance sin graves daños y nos despedimos para retirarnos al albergue. Mañana llegaremos a Santiago y completaremos el recorrido a pedales.

Mis compis comentan que andan algo nerviosos porque tienen un sentimiento contrapuesto. Por un lado las ganas de llegar a Santiago para cumplir el objetivo y por otro la pena de que la aventura se acabe. Yo debo de ser un poco sociópata o estar algo desnaturalizado. O ambas cosas a la vez y en mayo grado de lo que sospecho (he de hacérmelo mirar por un médico) pero mi corazón no sufre arritmias ni mi mente se emociona con semejantes argumentos. No sé si las penurias cotidianas me han hecho insensible con el paso del tiempo o simplemente soy un gilipinzas de nacimiento. En todo caso, disfruto mucho de lo que he vivido con mis compis y disfrutaré otro tanto de la etapa de mañana. Pero para el fin de semana siguiente tendremos alguna otra cosilla en ciernes. Somos jóvenes y tiempo por delante. La salud parece que nos da cuartelillo y la familia nos aguanta. Ya vendrán nuevos proyectos que disfrutar y comentar.

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