
Desayunamos, nos despedimos de la posadera, equipamos con ropa de agua y recogemos un poco del líquido elemento en la Fuente Sagrada que da nombre al municipio. Aunque agua no nos va a faltar, también por dentro necesitamos mojarnos.
Echamos a pedalear por las carreteras hacia Lugo. Subidas y bajadas de todo tipo se suceden a lo largo de las prometidas cinco horas de lluvia. Paramos en un par de ocasiones a tomar algo en un bareto por el camino y al final, a eso de las 14,00 vemos un sitio “aparente” en el que paramos a comer el bocata del mediodía.
Julio, Luis y Pani aprovechan la “parada larga” y aprovechan para quitarse el calzado y los calcetines e intentar secarlos. Juan y yo pensamos que es una tarea TV para escuchar que el hombre del tiempo dijo que por la tarde dejaría de llover. En todo caso hacen uso provechoso de unos periódicos deportivos cargados de tonterías que sirven para secar un poco sus empapadas zapatillas.
Comemos y nos hacemos los remolones un rato por darle a las nubes su última oportunidad. No conseguimos gran cosa y decidimos seguir camino que nos queda trecho.

Decidimos aprovechar la ocasión para dejar la carretera y adentrarnos por los caminos. A pesar del agua están transitables, las pendientes no son grandes y el transcurrir entre pasillos de árboles y praderías verdes de todas las intensidades imaginables, nos va haciendo olvidar el castigo recibido durante toda la mañana.

Llegamos a Lugo temprano para lo que suele ser habitual en el horario de los días precedentes. Esto es una buena noticia, nos permitirá alojarnos en una pensión (el albergue cierra a las 22,00) con tiempo suficiente para dar una vuelta por la ciudad acompañados de María José, Arancha y Nacho, que han salido de Madrid para juntarse con el Juanito y vivir unos momentos de sentimentalidad enardecida.

Estamos en Galicia y desde mañana nos cruzaremos con el Camino Francés, otra historia según mis experimentados compañeros. Ya veremos, soy poco amigo de las aglomeraciones y los excesos de transeúntes me agradan poco. Para eso ya tengo las horas punta del metro, la M30, las operaciones salida y entrada de puentes y vacaciones, etc. Quiero seguir sintiendo el placer de los grandes espacios abiertos compartidos con los bicigrinos y los cuatro lugareños que nos saludan al pasar o que nos miran pensando “están locos estos romanos”.
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