
Cumplido el “horario oficial” nos fuimos a desayunar a Casa Tino donde casi comimos de la cantidad que tienen estos paisanos normalizada. Que grato recuerdo de Toñi, Lucía y el resto del personal. Recomendaremos que os visiten y nosotros volveremos en cuanto tengamos ocasión. Gracias de nuevo.

Nos ponemos en marcha y salimos a la carretera. Al poco rato un camionero quiere tomarle los datos del seguro a Julio y casi se lo lleva por delante. Recalculamos la ruta y nos ponemos dirección a un camino cercano que nos llevará al mismo sitio pero en el que no nos tropezaremos con nadie.
La pendiente no es muy dura hasta Salas pero el barro provocado por la lluvias de los días precedentes se encarga de compensarlo. Cerca de Salas las rampas se empinan de repente y un par de ellas nos obligan a echar pie a tierra. Decidimos volver a la carretera ya que queda poco a Salas.
En salas buscamos una tienda de bicis donde pueda comprar unas pastillas para el freno trasero. Todo parece indicar que el espray de cadenas de ayer las ha contaminado y resbalan sobre el disco sin la eficacia requerida. Menos mal que el de delante funciona correctamente. En la tienda solo tienen un par de ellas y no se corresponde con las mías por lo que damos las gracias a la amable propietaria y nos vamos a comprar un postre típico de aquí, los carajitos, que nos darán fuerzas para seguir la subida que nos queda por delante. Están buenos pero resultan insuficientes por lo que pasamos por una bar y homologamos un bocata y una cerveza.

La subida es de las que nos hacen daño. Pani se resiente un poco de la pierna y yo noto como la rótula de la rodilla derecha me sugiere dejar de hacerme el superman. En las salidas de fin de semana había notado alguna molestia de vez en cuando, especialmente en las etapas duras con subidas prolongadas, pero una tortilla de ibuprofenos y una semana de descanso parecían resolver el problema.
Ahora la cosa cambia. Cada jornada es el equivalente a dos salidas de fin de semana y entre una y otra apenas ha habido tiempo para recuperar nada. Además, no he recurrido a los fármacos. Paro, abro la mochila, saco el botiquín y me empapelo una píldora con la esperanza de que haga efecto lo antes posible.
La dureza y el dolor se compensan en parte por lo bonito del recorrido y por cuestión de amor propio. De vez en cuando pienso en lo fácil que suben los coches que vemos pasar por la carretera en la ladera de enfrente. Estoy por cruzar en cuanto haya oportunidad y hacer autostop a una pajarita que quiera apiadarse de un esforzado y sufridor bicigrino.

Descansamos un rato y tiramos para adelante. Aún nos queda trecho de subida hasta llegar a la cumbre.
Juan parece hoy el menos tocado del grupo, pues yo, como he comentado sufro de lo lindo con la rodilla. Algo menos parece sufrir Pani pero no anda fino, a veces tira a buen ritmo y en otros momentos parece que se le perla la bujía. Luis anda con la pájara desde hace rato. La subida empujando por el camino le ha mermado física y mentalmente y lleva un ritmo lento y cansino. Julio por su parte se ha tomado una de sus pastillas para el corazón y tienen el mismo efecto que el botón de los F1 cuando pasan por boxes: no tira más que lo justo para no pararse.

Nos deleitamos con una bajada de 14 km de un tirón que hace las delicias de todos, especialmente de Luis que se pone su disfraz de belga y tira como un poseso hacía la reconfortante ducha de fin de etapa. Pero como suelo repetir, una cuesta abajo suele preceder a una cuesta arriba. Desde ese momento y hasta el final todo era subida, no muy pronunciada, pero inacabable. Además se dio la circunstancia que por algún motivo raro el gps se comió 6 km de ruta y cuando llegamos al punto teórico donde se debería acabar la subida y comenzar la bajada a Pola, la mente nos traicionó y empezamos a percibir la realidad un poco trastornada. Las rampas eran en este momento algo más suaves y las veíamos como cuesta abajo, aunque al llegar al final de las rectas y seguir con la mirada la carretera tras la curva correspondiente, se percibía claramente que la carretera seguía subiendo.
En una de las paradas que hicimos a descansar un poco y a beber algo comenté a mis compañeros que cuando empezásemos a bajar deberíamos hacerlo con mucho cuidado. La lluvia había vuelto a aparecer y el asfalto estaba mojado, nuestras fuerzas mermadas y los reflejos casi inexistentes. Si a eso le sumábamos que estábamos “alucinando” momentos antes, lo recomendable era bajar andando. Sin embargo, tras coronar, las ganas de llegar se apoderaron de todos, especialmente de Luis, que se ajustó el traje de belga y se tiró a tumba abierta carretera abajo.
Afortunadamente llegamos a Pola sin incidentes, mojados y fríos, eso sí, y con ganas de llegar al albergue que estaba un poco más adelante. Tras analizar si ese poco era suficiente o mucho dadas las circunstancias, llamamos al hospitalero y nos disculpamos por no ir a disfrutar de su amable trato. Localizamos la posada La Nueva Allanadesa, pedimos habitación para nosotros y garaje para las burras y subimos a cambiarnos.


Nos metimos en la cama y nos preparamos a descansar. Bueno, Juan estaba listo y ya con anterioridad, pues en un decir Jesús, resoplaba relajado como un bebé recién amamantado.
Mañana nos espera otra jornada dura.
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